❧Capítulo XLIV Parte II

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❧Azul

Me sumerjo en el agua tibia dichosa. La mansión del italiano resultó ser una genialidad al igual que la enorme piscina climatizada. La casa está desierta por lo que no me abstengo de nadar desnuda.

No entiendo a las personas que repudian está vida, en el fondo se que también sueñan con ser la consentida de un mafioso. Yo lo hago, lo reconozco y no me avergüenzo de eso.

Es más, aumento mis propios delirios al estar nadando libremente como si fuese la señora de la casa. Believer de Imaginé Dragons suena de fondo haciendo del ambiente perfecto mientras que solo tengo que estirar una mano para alcanzar la charola con comida y alcohol.

No sé qué hora es y tampoco me importa.

Solo quiero disfrutar.

Pase toda la mañana con Mateo. El pequeño niño por fin estaba teniendo un poco de tranquilidad en su vida, era feliz y eso me hacía feliz a mí.

Algunas personas dirían que lo tengo todo, que siempre fue así y quizás tengan razón. Pero el vacío no se llena y la soledad no se va. Extraño a mamá, extraño a papá y por sobre todo, la imagen de ese cerdo en el callejón aún me atormenta.

Respiro sintiéndome una reina. Imagino mil y un escenarios con el capo italiano, de los cuales pretendo cumplir todos.

Alexander De Lucas me atrae, me fascina y va a ser mío.

Me empino la botella gustosa, riéndome de mi misma al mismo tiempo que…

El sonido del disparo que retumba en alguna parte me pone alerta. Me apresuro a salir y maldigo al darme cuenta que no tengo el celular. Apagó la música rogando que no la hayan escuchado y paso saliva cuando las voces rusas llegan a mis oídos.

¿Cómo carajos entraron? ¿Viene por mi? ¿Por el italiano?

Doy un vistazo a mi alrededor buscando con que defenderme pero lo más letal es la botella. No se que hacer, ni a donde ir, estoy completamente sola, rodeada de lo que supongo son asesinos.

El pánico me avasalla cuando la luz se va. No es de noche, pero eso no puede traer nada bueno. Sin luz no hay sistema de seguridad, no hay cámaras, ni wifi, ni nada.
Intento tranquilizarme al mismo tiempo que me repito que nada va a pasarme.

Las voces comienzan a hacerse más entendibles y desisto de quedarme a qué me maten por lo que emprendo la salida de la piscina. No sé ni a dónde voy pero se que ya valí cuando una mano enguantada se cierra en mi boca.

El cuerpo detrás de mí me arrastra hasta quedar detrás de un mueble y pataleo intentando liberarme.

—Quédate quieta, no hagas ruido – habla.

El alma me viene al cuerpo al reconocer la voz y dejo de removerme.

El italiano.

Se aparta y sin evitarlo me recorre con la mirada. Llevo las manos a mis pechos sintiendo vergüenza de no haber agarrado la blusa. Puedo ver cómo cada vena del cuerpo se le tensa y el ágil movimiento que hace para sacarse el saco me excita.

Tiene el pelo pegado a la frente y el pecho le sube y baja agitado.

—Quiero que te metas a la habitación – ordena. —Cierres con llave y no hagas ningún tipo de ruido. Esos hombres van a matarte si te ven ¿entiendes?

Asiento.

Me esfuerzo por cumplir rápidamente con lo que me ordenó. No es el mejor momento para llevarle la contraria y hasta yo sé cuándo cerrar la boca. Ingreso y cierro la puerta detrás de mi. Tengo miedo y me siento una cobarde al meterme en el armario.

Eran rusos, de eso no tengo dudas. Crecí en ese país y manejo el idioma a la perfección como así también conozco los alcances de la mafia. Si me encuentran no vivo para contarlo.

Si mi hermano me viese se avergonzaría de mí. Tanto entrenamiento para que actúe de esta manera. Me abrazó a mi misma intentando pensar en otra cosa. Los disparos afueras continúan y ruego que el maldito italiano este bien.

Los minutos pasan, los disparos cesan y la puerta cruje con el golpe.

—Azul soy yo – avisa Alexander.

Me apresuro a salir, quitó el cerrojo y las lágrimas aparecen mientras me le voy encima deseando que no me rechacé.

No lo hace.

Sus manos se apresuran a apretarme y entierro la cabeza en su pecho en busca de tranquilidad.

—Ya pasó – repite acariciándome la extensión de pelo.

Mis puños se cierra en la tela de su camisa apretándola. Es la primera vez que puedo sentir su cuerpo y a pesar de la situación, agradezco tal acto divino.

—¿Qué carajos hacías desnuda? – cuestiona apartándose.

Lo único que me cubre es su saco por lo que mantiene la mirada en mis ojos aunque algo me dice que eso no es precisamente lo que desea mirar.

—Estaba nadando – respondo limpiándome las lágrimas.

—¿Desnuda?

—No pensé que una tanda de asesinos se metería a la casa – soy sincera.

—Ve a vestirte – ordena. —Me encargaré de los cuerpos.

Y se va sin más.

Comienzo a odiar que haga eso. Está bien que me haya salvado de una muerte segura o algo peor, pero quién se cree que es para dejarme con la palabra en la boca.

De todas formas me pongo ropa, tampoco me apetece andar desnuda frente a él o quizás si, pero este no es un buen momento. No puedo evitar oler el saco como tampoco guardármelo en la maleta.

Convenciéndome de que técnicamente no es robar si él fue quien me lo dio.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora