❧Capítulo XLII

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Maximiliano

Encontrarme con la ecografía de mis hijos sobre la mesa de noche me acelera las pulsaciones. Miro a la mujer que duerme en la cama y presiento que fue idea suya el ponerla ahí.

El fracaso de la maldita cena queda atrás con tan solo reparar a los dos puntitos grises que aceleran mi corazón. Nunca tuve tanto afán por algo como por que nazcan, deseo poder cargarlos y que sepan que tan importantes son.

Mis puntitos grises.

Mi legado.

Mis hijos.

—¿Qué hora es? – pregunta Isabella media dormida.

Miro el reloj en mi muñeca. —Las dos.

—¿Recién llegas?

—Hace un momento.

Me desprendo del traje quedando solo en bóxer y me adentro a la cama, exhausto.

—Lamento haberte despertado – vuelvo a hablar.

—Te estaba esperando, pero creo que me dormí.

—¿Por qué me esperabas? – indago acercándome a su cuerpo.

Mis manos se cierran en su cintura dejando pequeñas caricias sobre la tela.

—Solo quería asegurarme de que llegaras bien.

Su preocupación me calienta y busco sus labios deseoso por adentrarme nuevamente en ella. La última vez fue en Rusia y las ganas de penetrarla siempre están.

Mis manos comienzan a recorrerla mientras dejo besos sobre su cuello. Se pega más a mí en busca de cercanía y hago lo mismo para que sienta mi dureza.

De un simple movimiento estoy sobre ella quitando toda la tela que la cubre. Mis dedos viajan a su zona íntima y que esté completamente lista me aumenta las ganas. Me los unto con sus jugos mientras me los llevo a la boca para probarla.

Sabe delicioso.

Saco el falo del bóxer y me abro paso entre su humedad dando pinceladas, sus jadeos comienzan a aumentar y rompo la tensión adentrándome. Lo hago lento, sin prisa, disfrutando como se contrae intentando acostumbrarse al tamaño.

—Quiero ver cómo te corres gimiendo mi nombre – susurro en su oído.

Todo rastro de cansancio quedo atrás.

Me centro en entrar y salir de ella. A pesar de todo, logra calentarme como ninguna.

Succiono su oreja comenzando a descender por cada centímetro de piel. Su cuello, la clavícula, sus senos, los pezones erectos y vuelvo a subir hasta sus labios.

—Me gustas – afirmo.

Aumento las embestidas extasiado por lo que me hace sentir, deseoso por llenarla. Siempre disfrute del sexo, pero con ella es distinto, es más esquicito.

Nos corremos juntos y me dejo caer a su lado atrayéndola a mí. La cubro con la manta mientras beso su frente. No puedo entender que me hizo la niñata a mi lado, pero fuese lo que fuese, es mía, completamente mía.

Y solo dejara de ser así cuando uno de los dos muera.

No tenía la mínima intensión de levantarme. Me estaba acostumbrando a despertar con mi esposa durmiendo sobre mi pecho. Pero no podía pasar por alto la venta a los Yakuza.

Llevaríamos a Ichiro a la bodega para que puede elegir y probar el armamento que va a comprar.

—¿Y tu hermano? – me dirijo a Exequiel.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora