Capítulo V: Soplón

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Maximiliano

Los problemas, en nuestro mundo, lejos de terminarse seguían llegando. Eran cómo una peste.

Cada minuto que pasaba, algo nuevo sucedía, tirando más de la cuerda que me obligaba a adelantar la vuelta a casa.

—Puedo viajar y encargarme de revisar la carga — propuso Marcos —. Nuevamente, porque ya la había revisado.

Lo observé. Hacía mucho que no lo veía tan nervioso. No lo culpo, como mi mano derecha, asegurarse la calidad de nuestras entregas era fundamental pero tampoco es como si fuera a matarlo por eso.

A él no, por lo menos.

—No hace falta, le pediré a Samuel que se ocupe.

—¿Estas seguro?

Asentí.

Samuel no es ningún idiota. Es un Wolf a pesar de todo. Y era tan capaz de estar al frente como nosotros.

—¿Volveremos el día que dijimos?

—Si.

No iba a cambiar mis planes por algo insignificante. Volvería a Alemania en unos cuantos días, como se planeó desde un principio.

Nada sería diferente. Va, lo único diferente es que esta vez no volvería solo.

El compromiso se había celebrado sin complicaciones y la fecha de la boda fue establecida para dentro de tres días. Los preparativos ya estaban en marcha al igual que las invitaciones. Solo era cuestión de esperar a que el momento llegase.

Me aleje de Marcos poniéndome el aparato en el oído. Luego de varios intentos por fin pude comunicarme con Alemania.

—Amanda, lamento la hora — hablé luego de escuchar la respiración del otro lado de la línea —. ¿Cómo está todo por allá?

—Estamos bien mi niño — respondió —. ¿Qué necesitas?

La diferencia horaria se notaba en su voz.

—Hablar con Samuel.

La línea quedó nuevamente en silencio hasta que la voz dormida de mi hermano murmuró un hola del otro lado.

—¿Puedes encargarte? — cuestiono luego de explicarle la situación.

—Despreocupate, me encargaré.

—Gracias, tendríamos que volver en caso contrario.

—¿Y perderte la boda?

Hubo cierta burla en su pregunta.

—No voy a perder mi propia boda — afirmo —. Marcos mandará a buscarlos para que estén ese día.

Se despide después de eso y me apresuro a ir a encontrarme con Vladimir. Tenemos muchísimo trabajo.

Chequee la hora. Eran un poco más de las cuatro de la madrugada. Nada deseaba más que estar en la cama o con una linda mujer a mí lado, pero había varios pedidos y cargas de armas que revisar antes de dejar Rusia.

No confiaba en Vladimir. Jamás podría confiar en un ser tan repugnante como él.

—Disimula tu cara — murmuró Marcos.

Me era imposible. A pesar de estar rodeado de la Mafia Rusa, sentía que estaba trabajando con un puñado de novatos.

Un joven se nos unió unos pocos minutos después, complicando las cosas ya que la policía había arrasado con uno de los bunkers de la hermandad.

—¿Cómo puede pasar algo así en tus narices? — indague.

Vladimir estaba furioso. No había dudas, pero eso no solucionaba nada. Daba órdenes por teléfono, al mismo tiempo que mandaba vaya a saber qué por la portátil.

Me mantuve al margen. No era el momento de meterme aún.

Debía reconocer que su forma de actuar, rigurosa y organizada, me hacían rectificar mi postura ante él, lo necesitaba de aliado en mis negocios. A pesar de que sea un infeliz asqueroso.

Un grito nos hizo saltar en nuestro lugar. Al girarme en esa dirección, Isabella estaba con los ojos llenos de lágrimas. Sonriendo como una idiota mientras el rubio que estaba cerca de mi futuro suegro iba a abrazarla.

Algo me punzó la cien.

En toda mi vida desee matar tanto a alguien como al sujeto que tenía las manos en el cuerpo de mi prometida.

No por celos simplemente porque nadie toca lo que es mío, menos si ni yo lo he hecho.

Lleve mi mano al arma que descansaba en la parte baja de mi espalda, estaba a punto de sacarla cuando la voz de Marcos me hizo volver a la realidad

—¡Compórtate, no seas idiota! — exclama.

Y tenía razón ya que había formas más divertidas de acabar con la vida de alguien. La tortura psicológica era mi favorita.

Cuando por fin terminaron con el circo que estaban dando, se dignó a decirme dos palabras mientras el sujeto seguía trabajando y ella se le pegaba como chicle.

A mí no me sonríe de esa manera.

Sacudí la cabeza ante mis pensamientos. Estar lejos de casa me estaba afectando más de la cuenta, necesitaba un poco de la realidad a la cual estaba acostumbrado.

—Tenemos al soplón — escuchar a Vladimir soltar esas palabras me alegraron el comienzo del día.

—Me encargaré de él — hable.

—No creo que sea lo correcto — alega el sujeto —. Al ser el Boss, Vladimir debe hacerse cargo

Le clavó la mirada. Menudo idiota que habla sin importarle su vida, claro. Nadie iba en contra de mis deseos, muchos menos un don nadie.

—No te pregunte si era lo correcto simplemente me voy a hacer cargo por que me da la gana — eleve la voz mirando en dirección a Vladimir quien solamente asintió.

Jodido imbécil.

Necesitaba desestresarme y solo conocía dos formas.

Mujeres y sexo.

Muerte y sangre.

No tenía la primera ya que la niñata era más virgen que el pelo de Marcos, por lo que muerte y sangre serían.

Abordamos el auto el cual nos llevó a un viejo galpón a las afueras de Moscú.

El lugar estaba completamente abandonado y por ende fuera del radar de la policía. En el centro, y por obra de los hombres de Vladimir, estaba solo el sujeto amarrado a una silla.

Troné el cuello mientras avanzaba hacía él. Tenía varios golpes en la cara y algunas cortadas en el cuerpo que me enfurecieron. Odiaba que jugaran con mis juguetes.

—¿Quién lo golpeó? — pregunte.

Los rusos a mi alrededor se miraban entre ellos.

El más petizo confesó que había sido él esperando una felicitación, pero lo único que recibió fue una bala en el medio de la cabeza. Su cuerpo cayó en seco dándose contra el piso de cemento, la sangre comenzó a brotar por el orificio armando un pequeño charco.

Me arrodillé importando poco lo que pensaran los de mi alrededor. Desde pequeño, la sangre era algo que me llamaba, me fascinaba y jamás sentí asco alguno por estar cerca de ella. Me unté dos dedos con el espeso líquido deleitándome con el exquisito olor que desprendía. Después de unos segundos, mi mirada fue a parar al sujeto amarrado.

—¿Sabes quién soy?

Negó.

Su reacción me dio a entender que sí lo sabía.

—L... lo sí... siento — balbuceaba al reconocerme —. Me ame... amenazaron con mi hijo.

Sus súplicas y justificaciones me enojaban aún más, odiaba a los cobardes, a aquellos que tiraban la piedra, pero escondían la mano, a los que no se hacían cargo de sus actos.

Iba a disfrutar tortúralo, estaba seguro. 

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora