❧Epílogo

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Isabella

No dude en tomar su mano.

Pero si agradecí que él tomara la mía.

Subí sin pensarlo dos veces a la avioneta y ni siquiera miré atrás. Desde hace semanas las cosas estaban demasiado claras para mí, aunque mis sentimientos aun seguían mezclados.

Temí por mi vida cuando Alexander anuncio que íbamos a aterrizar, pero el alma me volvió al cuerpo cuando cambiamos a una avión más grande en donde estaban ellos.

Me ubique donde me dijeron sin poder levantar los ojos del suelo. Las manos me temblaban mientras me aferra a lo único que realmente importaba en la vida, mis hijos.

Mis miniaturas viajaban en unas cunas improvisadas en la avioneta que los puso a salvo. No tenía ni idea a donde nos dirigíamos, pero estar al lado de ellos, me era suficiente.

Podía sentir la mirada todos, inclusive la de Maximiliano.

Pero las ignore, lo hecho, hecho estaba.

No había vuelta atrás por más que quisiera.

Y todo lo que sucedió, yo no lo quise. Me equivoque, pase un límite, pero había elegido a mi esposo desde que nuestros pequeños nacieron, de eso estaba segura.

La imagen de Samuel se me apareció aumentando el dolor que sentía. Me había equivocado con él y no en el hecho de haberme enamorado sino por haber confiado en el hombre que nos traiciono.

Porque lo que hizo no tiene otro nombre. Una cosa fue nuestro error, pero otra muy distinta fue vender a su hermano. No podía creer las palabras que salían de la boca del italiano por lo que decidí dejar de escuchar.

—Ten – la voz de Azul me saca de mis pensamientos.

Me dedica una sonrisa un tanto fingida mientras me extiende una manta con la que cubro a mis hijos.

—Gracias – susurro.

—Era para vos – vuelve a hablar, reparándome.

Se muy bien que debo verme fatal. Todos los que están ocupando un asiento en este lugar se cambiaron, todos menos mi esposo y yo.

Pero me niego a moverme del lado de ellos, la sola idea de que pueda quitármelos me supera.

—No te preocupes, estoy bien – miento.

No estoy bien, estoy destrozada y la herida en la cabeza punza.

—Déjame limpiarte esa herida – pide.

No me muevo, la dejo hacerme lo que quiera.

Detallo el lugar encontrándome con la mirada de Maximiliano. Paso saliva cuando nuestros ojos se encuentran.

Puedo sentir el odio y la rabia que destilan.

—¿Shopia y sus hijos? – pregunto al no verlos.

—Viajan en otra avión – responde. —Creen que lo mejor es separarnos por...

—¡Azul, cierra la boca! – la voz gruesa de su hermano nos paraliza a ambas.

Ella está a punto de protestar, pero la tomo levemente del brazo para que no lo haga. No tiene caso ir en contra de él ahora.

No sé por cuanto tiempo viajamos, pero no me atrevo, ni siquiera a cerrar los ojos. Desde la cabina, Alexander avisa que estamos por aterrizar y cumple su palabra poniéndonos a salvo segundos después.

—¡Papi! – exclama su hija cuando el italiano aparece.

Que se arrodille para recibirla me saca una sonrisa y es que, Alexander De Luca es un buen padre, así como estoy segura que lo será el de mis hijos, el cual camina hacia donde estamos.

—Levántate y toma a Raina – exige a unos pasos.

Hago lo que me pide aferrándome a ella mientras lo veo tomar a mi hijo.

—No vamos a tener mucho lugar, pero lo solucionaremos – se nos une Alexander con su hija en brazos. —En el camino hice unas llamadas y lo fundamental ya está en el lugar.

Maximiliano asiente tomándome fuertemente del brazo para que lo siga. Alexander lo sigue negando con la cabeza al igual que Lía, su hijo y Azul.

Abordamos un ascensor enorme, el cual parece que su única función es bajar. Sigo aferrada a mi hija, pero sin perder de vista a Günther, quien duerme plácidamente en los brazos de su padre.

—Hogar, dulce hogar – bromea Azul cuando las puertas se abren.

—Camina – me ordenan a mi derecha.

Lo sigo por un extenso pasillo blanco hasta llegar a una puerta del mismo color. La abre dándome lugar para ingresar.

No puedo evitar analizar todo. Hay dos camas y, junto a ellas, dos pequeñas cunas. Hay una mesa con bolsas arriba y otra puerta que deduzco es el baño.

—Cambia a los niños – exige Maximiliano depositando al pequeño en la cuna. —Y cámbiate, no quiero que enfermes a mis hijos.

El asco que siente al verme es evidente y no puedo culparlo, como tampoco tendría que culparme él, ya que estoy segura que me ha engañado con cuanta mujer pudo.

Pasa por mi lado y suelto todo el aire cuando escucho como cierra la puerta con llave. Lejos de inquietarme, eso me da seguridad.

Los pequeños duermen por lo que me adentro al baño sacándome todo el polvo y la sangre seca. No me tardo y salgo buscando en las bolsas algo que ponerme.

Una vez lista, me encargo de ellos. Cambiándolos y alimentándolos hasta que vuelven a quedarse dormidos.

El ruido del otro lado me pone alerta y que venga junto con Alexander no me tranquiliza.

—Necesito revisarlos – me informa acercándose. —Estuvieron expuesto al polvo y al hu...

—¡No tienes que darle ninguna explicación! – interviene Maximiliano.

Me aparto comprendiendo al italiano y su destreza al manejarlos me deja sorprendida ya que no sabía de sus conocimientos médicos.

—La pequeña respira mal – habla en dirección a Maximiliano. —La llevaré al laboratorio.

—¿Qué tiene? – pregunto llegando a ella.

Ambos me ignoran saliendo del lugar.

La puerta vuelve a cerrarse y tomo a Günther rápidamente deslizándome por la puerta entregándome al llanto y a la incertidumbre de no saber qué le pasa a mi hija.

Las horas que pasan son un tormento y es Azul la que viene con comida e información.

—Según lo que dijo Alexander, Raina tiene las vías respiratorias inflamadas e irritadas – habla dejando el plato sobre la mesa. —Él se va a ocupar de los cuidados que necesita, puedes estar tranquila.

Como si tal cosa fuese posible.

—Dámelo – pide refiriéndose al bebe. —Maxs lo quiere.

Me niego a que lo aparten de mí.

—No compliques más las cosas – vuelve a hablar.

Sus palabras me hacen caer en cuenta de que sabe todo lo relacionado a su otro hermano. Y por primera vez, siento vergüenza.

—Es mi hijo, no pueden quitármelo.

—No voy a quitártelo.

—No te creo.

—Me importa una mierda lo que creas – escupe Maximiliano adentrándose al lugar.

Me quita al pequeño de mala gana mientras empuja a su hermana fuera de la habitación. Cierra la puerta y mis ojos quedan en un punto fijo cuando entiendo el rumbo que va a tomar mi vida desde ahora.

Y es que, como decía mi padre, las traiciones se pagan.

Y como dicen por ahí, no puedes jugar con la bestia ya que sus dientes son afilados.

Y yo, juegue con la bestia.

La traicione y ahora, debo pagar las consecuencias de eso.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora