❧Capítulo XXXVII

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Azul

No fue exactamente la primera impresión que quería dar frente a la familia Wolf, pero ni modo, todo se salió de las manos.

Recorro el despacho de Maximiliano centrándome en las pocas fotos que lo adornan. Sabía que nada sería fácil, él me lo advirtió, pero aun así quise correr el riesgo ya que...

Los recuerdos de aquella noche siguen intactos en mi memoria. Aun puedo sentir el olor a cigarrillo, pis y quien sabe que otras cosas más, de aquel oscuro callejón.

Las manos de ese bastardo aún siguen marcadas en mi piel y no se van, por más que frote una y otra vez la esponja repleta de jabón.

También recuerdo a mi salvador, el cual se terminó convirtiendo en mucho más y a quien le debo todo. 

Maximiliano.

Aquella noche, luego de subir a su auto, se ofreció a llevarme a un hotel, pero insiste en que me llevara a mí casa. Odiaba la bella estructura de cemento en la que vivía, pero era mejor que la calle y la soledad.

Recuerdo que condujo en silencio y por su semblante, estaba en peores condiciones que yo. También recuerdo que se bajó para, según él, verificar que todo estuviese bien.

Desde hacía mucho tiempo que no sentía la seguridad que el desconocido me estaba dando en esos momentos y se lo agradecía inmensamente.

Recuerdo muy bien como paso todo. Ingresamos a la ante sala y como hace meses, todo estaba vacío y oscuro. Papá había muerto como años atrás lo hizo mamá.

Sin pedir permiso comenzó a revisar la casa. Empezó por la cocina, las habitaciones, el jardín y por último la sala. De un momento a otro detuvo sus movimientos y se centró en un punto específico.

Un viejo retrato familiar.

Tengo muy presente ese día. Papá había vuelto de uno de sus viajes y había insistido en ir al parque. Lo recuerdo bien porque días después mamá murió baleada.

Lo vi tomar el retrato y como minutos antes en aquel horrible lugar, volví a tenerle miedo a un hombre.

—¿De dónde lo conoces? – pregunta señalando la foto.

La memoria no me falla y soy conciente del pánico que sentí en dicho momento, al punto de cerrar los ojos y dar pasos hacia atrás mientras él avanzaba más y más.

—¿Te hice una maldita pregunta? – sus gritos me redujeron nuevamente a nada. Sostenía como demente la foto mientras me miraba con odio. ¿De dónde mierda lo conoces?

No dejaba de señalar a la persona de la foto y supe que él también lo conocía cuando comenzó a reírse. No era una risa normal, más bien una de alguien que perdió la razón.

—E... es mi pa... papá – le respondí intentado tranquilizarlo. No funciono, lo tuve sobre mí ejerciendo demasiada presión en mi rostro.

—¿Qué dijiste? – indagó. Levante la vista para contemplarlo. Sus ojos denotaban asombro absoluto.

—Es mi papá – repetí más firme. —Murió hace varios años.

Recuerdo que me soltó y caí al suelo mientras se alejaba rompiendo todos los porta retrato que veía y en los cuales estaba mi padre.

Maldecía palabras en un idiota que no conocía.

También recuerdo cuando me dijo quién era, y cuando llamo al médico, que, horas más tardes, le confirmo que éramos hermanos.

Todo había pasado demasiado rápido a partir de ese momento y todo lo que paso me llevo a estar junto a él, su amigo y el italiano sexy, reparando imágenes y videos.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora