❧Capítulo XIII

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Isabella

Una arqueada me obligo a salir corriendo de la cama. El estómago me ardía y la cabeza amenazaba con explotarme, me aferré a la tapa del retrete y devolví todo lo que me había tomado el día anterior.

Todos los recuerdos me destruyeron la mente.

Las arqueadas se multiplicaron al punto de sentir que algo se me iba a salir. Recordaba sus manos y sus besos sobre mi cuerpo, la forma en la cual gemía mientras disfrutaba lastimándome, volví a devolver todo por el asco.

Deseaba no haber despertado.

Vivir en un sueño sería mucho mejor que la maldita realidad a la cual me condenaron. Me sentía sucia, dañada, como cuando se te impregna un olor en el cuerpo y no sos capaz de quitarlo con nada.

Volví a la comodidad de la cama si salía por esa puerta debería enfrentar a mí papá, a la hermandad y a Maximiliano.

Tener que volver a verlo me repugnaba, suspire frustrada ya que nada cambiaria el hecho de que me tengo que ir a vivir con él.

La puerta se abrió y me escondí bajo las sábanas a modo de escudo.

—Tranquila soy yohablo Mijaíl. –No sé qué paso ayer mi dulce pero tu papá está muy cabreado.

—Quiero estar solale pedí. 

El peso de la cama mermo por lo que deduje que se había ido, de igual manera me quedé en mí escondite.

Para mi suerte no vino nadie más a molestarme hasta que la noche cayo, la panza me rugía exigiéndome alimentos por lo cual tendría que bajar obligadamente.

El reloj marcaba las nueve de la noche por lo cual supuse que estarían cenando. Trate de verme presentable y baje.

A los lejos podía escuchar unas voces que hablaban por lo cual la idea de escabullirme a la cocina no serviría.

—¿Isa estas bien? la voz de mi amiga sonó preocupada, la divise en el comedor sirviendo las bebidas.

Todos los ojos se posaron en mí logrando que me ponga nerviosa.

—¡Siéntate a comer! demando mi padre y me fue incapaz llevarle la contraria. Demasiados problemas tenía como para soportar otra pelea con él.

Comencé a comer sin levantar la vista en un intento de evitar las preguntas, funciono. Nadie me preguntaba ni decía nada referido al escándalo que hice ayer

Me sobresalté al sentir una mano en mi muslo, levanté la vista para encontrarme con la tierna mirada del chico de voz áspera por alguna razón su contacto no me desagradaba.

La paz fue interrumpida por el estruendo que un Maximiliano totalmente borracho trajo consigo.

Estaba completamente desalineado y a duras penas se mantenía de pie. Su amigo y su hermano se apresuraron por agarrarlo y que no callera.

Me negué a sentir pena por su estado ya que él no había tenido ni la mínima consideración por mí, por el contrario, me levante y pase por su lado ignorándolo.

Necesitaba volver a dormir, recargar las pocas fuerzas que tenía, mañana sería un largo día ya que era el viaje a Alemania.

Maximiliano

Perdí la cuenta después del octavo shop de tequila, si bien no era carmesí, el líquido blanco entraba en mi sistema haciéndome sentir relativamente bien.

—¡Por las bellas mujeres! hablo Exequiel a mi lado empinándose el trago.

—Estas no son mujeres, son putas querido hermano le respondió Alexander entre risas.

Los hermanos De Luca eran los más respetados de Italia, los conocí hace más de quice años y compartíamos el gusto por las mujeres al punto de irnos de fiesta.

Las personas a nuestro lado se tocaban mientras veían a las mujeres bailar sobre los tubos de la pista, subían y bajaban sus cuerpos al ritmo de la música brindando un espectáculo perfecto.

Sinceramente no recuerdo como llegue al bar de mala muerte, lo último que mi mente recuerda es la casa en donde deje a la chica del callejón.

—¿Por qué no estas con tu esposa amigo mío?indago el menor de ellos volviéndome a la realidad.

Lo ignore encogiéndome de hombros. No iba a contarte lo que hice, no a él.

No deje de beber, todo me daba vueltas. De un momento a otro me encontraba en la mansión, todos los idiotas me miraban sorprendidos moviendo la cabeza negando no sé qué.

Ella en cambio paso por mi lado como si yo no existiera, la vi subir las escaleras y la seguí soltándome del agarre de los que me sostenían.

—Hola esposa míacerré la puerta de la habitación con llave, ella apretó el agarre de la sabana que la cubría mirándome con miedo, partiéndome en dos.

—Vete de aquí, no me lastimesla ignore sacándome él saco, la camisa y los zapatos. Caminé a pasos lentos hasta tirarme a la cama, ocupando lugar a su lado.

No iba a lastimarla.

—No voy a hacerte nada Isabella, solo quiero dormir me tumbé de lado dándole la espalda mientras sentía como las mantas tironeaban por la fuerza del agarré.

Me dormí a su lado. Con demasiada culpa, asqueado conmigo mismo.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora