❧Capítulo XLVII

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Antes de leer

Capítulo +18

Maximiliano

Me froto la cien hastiado de tanta mierda mientras saco un cigarrillo encendiéndolo inmediatamente.

Le doy vueltas al pasado buscando indicios de situaciones parecidas y, salvo las que involucran a la mujer que me dio a luz, esto jamás me había pasado.

Jamás se levantaron en mi contra, jamás creyeron que podían venir a joderme, todo cambio desde que ella llego.

Si hubiera sabido que casarme con Isabella me traería tantos problemas, me lo hubiese pensado dos veces. Desde que llego a mi vida, todo se ha vuelto un despelote al punto de que pareciera que tengo una letrero en la cabeza que dice "mátenme"

Todo lo que me carcome por dentro se me remueve al ver de reojo la sangre seca en la camisa de Marcos. Fijo la vista en las calles intentando borrar el recuerdo del día en el que lo hirieron.

—¿Alguna novedad? – pregunto. —¿De qué mierda murió Vladimir?

Marcos niega.

La muerte de mi suegro no me afecta en lo más mínimo, lo que si me altera es que el imbécil sea el nuevo Boss. Desde que lo conocí, fue una patada en los huevos sin mencionar que no sé qué se trae en contra de mí.

—¿Qué sabes de Mijaíl?

—Absolutamente nada – responde. —Solo lo que Shopia dijo, que asumió el puesto de tu suegro.

—¿Para qué me dices lo que ya se? – cuestiono. —¡Necesito más!

—¿De dónde quieres que saque información? – responde mirando por el retrovisor.

Sigo sus ojos y lo que veo me hace dar ganas de reventarle la cabeza contra el volante.

—Pues te la inventas – me desespero. —Necesito encontrar algo en contra de ese mal nacido.

—Estoy haciendo todo lo que puedo – se queja.

Y por más que sé qué es así, necesito más y no está rindiendo lo que normalmente rendiría. Lo están distrayendo y eso me molesta.

—¿Por qué mierda nos sigue el Yakuza? – inquiero mirando por el espejo retrovisor nuevamente

La camioneta blanca del japones no se nos despega desde que dejamos la mansión. Le agradezco su ayuda, pero no tiene por qué meter sus narices en esto.

—¡Y yo que voy a saber!

—A otro con ese cuento.

Freno de repente al llegar bajando lo más rápido que puedo. Dos autos y la camioneta se nos unen dándole paso a mi primo, los italianos y al japones.

No tengo tiempo para detenerme a hablar ya que solo quiero venganza. Ingresamos dándole un pequeño vistazo a los hombres que permanecen amarrados de pies y manos.

Los rusos se mantienen firmes dejando en claro a donde pertenecen y me importa poco de donde vengan ya que estoy seguro de que voy a lograr hacerlos hablar.

—Señor – saludan los guardias. —Todo está como lo demandó.

Asiento adentrándome más por lo que necesito.

El puño de acero sobresale en los nudillos cubiertos por el cuero negro al mismo tiempo que me despojo del saco del traje dejando que Marcos me ayude con el delantal.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora