18 - Mata dragones

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En un día demasiado tranquilo, Jōtarō Kūjō se encontraba caminando hacia las afueras de la ciudad a petición de Akeno que lo había llamado con urgencia para atender unos asuntos

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En un día demasiado tranquilo, Jōtarō Kūjō se encontraba caminando hacia las afueras de la ciudad a petición de Akeno que lo había llamado con urgencia para atender unos asuntos. Él al principio creyó que se trataba de una de las tantas estupideces que solía decir su vicepresidenta pero Rias confirmó que era un asunto importante y que su presencia era indispensable para resolverlo. Sin más, no tuvo otra alternativa que ir para averiguar el misterioso motivo del porqué lo habían citado.

Sin darse cuenta, había llegado al único sitio disponible en las afueras de la ciudad, un santuario. Si no se equivocaba, la dirección era ese mismo lugar pero le daba algo de curiosidad saber para qué lo habían llamado a un sitio que supuestamente era dañino para un demonio con solo poner un pie una vez que pase el torii.

—Bienvenido, Jōtarō-kun —dijo Akeno vestida de sacerdotisa recibiendo desde arriba en las escaleras de piedra al joven de mirada seria—. Por favor, sígueme.

—... —No respondió pero obedeció sin quejarse y comenzó a subir las escaleras caminando detrás de la chica, quien se mantuvo dándole la espalda en todo momento.

—Perdón por pedirte que vengas tan repentinamente, Jōtarō-kun.

—Como sea, da igual. ¿Para qué me pediste que viniera? Incluso Buchō dijo que vendría en cuanto pudiera.

—No te preocupes por ella. Rias sigue en reunión con Sirzechs-sana para terminar de organizar algunos asuntos relacionados a la próxima reunión.

—Ya veo.

—Se supone que debía estar con ella al ser su reina pero en esta ocasión, debo encargarme de recibir a la persona que está a lo alto de la escalera.

—¿Hay alguien arrib...? —Jōtarō se detuvo a escasos centímetros antes de cruzar la puerta al terreno sagrado del santuario, mirando con sus inexpresivos ojos el suelo.

—Está bien, puedes pasar. Se hizo un trato en secreto para que los demonios puedan pasar exclusivamente en este santuario —explicó Akeno mientras cruzaba la entrada sin ningún problema.

Al observar como Akeno entraba sin recibir una pizca de daño, Jōtarō decidió seguir su ejemplo e ingresó al santuario sin ningún inconveniente molesto, manteniendo sus manos en los bolsillos de su pantalón mirando el sitio.

—¿Vives aquí?

—Sí, la sacerdotisa de la generación pasada falleció y Rias decidió dármelo a mí ya que no había nadie en este lugar.

—¿Él es el Sekiryūtei? —se escuchó una voz juvenil, que portaba un tono sereno y tranquilizador para cualquiera que lo escuchara. En este caso, poniendo en alerta a Kūjō.

Jojo levantó la vista guiándose por donde había escuchado la voz y observó varios pares de unas hermosas alas doradas que resplandecían y aleteaban descendiendo con cuidado al suelo. Tras disciparse aquel brillo, pudo notar que la persona que las portaba se trataba de un joven hombre rubio con una aureola sobre su cabeza. Sin perder el tiempo, se acercó a él y le extendió su mano con gentileza.

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