Capítulo 26: ¡Llamado de emergencia!

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Mi estadía en Grecia pasaba volando, con una rapidez que no hubiese querido jamás

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Mi estadía en Grecia pasaba volando, con una rapidez que no hubiese querido jamás. Sin embargo, sentía que mi corazón ya estaba en una posición de resguardo y podía defenderme sin sentir que mis fuerzas flaqueaban.

En dos semanas volvería a Nueva York y podía enfrentar los problemas que dejé en esa ciudad. Yo podía, mi corazón también podía.

—Te puedes quedar todo el tiempo que quieras —los dos estábamos en su oficina. En este tour por Grecia ahora nos encontrábamos en la isla Santorini, y su oficina no se parecía en nada a la de Maximilian en Nueva York. Aquella era demasiado presuntuosa, ostentaba tanto, aunque si era un poco honesta, tenía ese aire mientras Alastair manejaba la empresa. Con Max fue una oficina un poco más acogedora. Sin embargo, la de Santino era un abrazo cálido del mar Egeo. Casi no había paredes, todo era vidrio. Una vista maravillosa.

—Es lo que más quiero, pero necesito trabajar.

—Puedes seguir trabajando conmigo —esbocé una sonrisa.

—No me necesitas Santino Lombardo.

—¿Quién lo dice?

—Tu asistente se las apaña muy bien sin mí, además, la temporada alta está bajando considerablemente. Estoy sospechando que solo me tienes aquí por pura caridad.

—Tú mejor que nadie sabe cuánto he querido trabajar contigo y me jode bastante que hayas tardado tanto en darme una respuesta, sino te tendría aquí de manera indefinida.

—Gracias.

—Eres brillante, Olivia. No quiero desperdiciar tu talento y encanto —frunció el ceño—. ¿Sabes? Estoy necesitando una persona en... —tomé su mano y sonreí.

—Gracias —me senté junto a él—. No te imaginas cuánto agradezco la oportunidad que me brindaste, no solo en el ámbito profesional, también en lo personal. Eres un descubrimiento, italiano —sonrió y besó mis nudillos.

—Puedes contar conmigo para lo que necesites, principessa.

—Lo sé, y tú también.

—Haremos de estas dos semanas una despedida por todo lo alto, señorita Sinclair —me reí, porque creía en sus promesas.

—¿Crees que puedo bajar un momento a la playa?

—Todo el tiempo que quieras —le di un beso en la mejilla y salí de la oficina.

La playa estaba desierta, tampoco es que el día estuviera como para una tarde en la arena junto al mar. Había unas pocas nubes y la brisa abrazaba con fuerza. Me senté en la arena, usaba un vestido blanco con tirantes finos y en seguida lamenté no usar un suéter delgado, aunque estaba acostumbrada el clima congelado de Nueva York. Podía manejar la brisa sin problema.

Suspiré.

Llegué destrozada, pero ya no sentía que si me tocaban me rompería.

Yo no me había equivocado, y mi corazón estaba en paz, dolido aún, pero tranquilo.

Con Ella [COMPLETO LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora