Capítulo32: ¡Te veo mañana, Lewis!

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Cuando Amelia y Micah nos vieron, sonrieron ampliamente

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Cuando Amelia y Micah nos vieron, sonrieron ampliamente. Dejé a Astra en el suelo y las dos corrimos hacia ellos. El abrazo en el que nos fundimos con Micah que tantos años tardó, se dio de manera natural, como si jamás hubiese transcurrido una cantidad importante de tiempo.

—¿Cómo estás, Livy? —susurró él sin soltarme.

—¡Excelente! —los dos reímos.

—¡Eso es evidente! —me aparté de él para mirarlo con atención y amplié mi sonrisa cuando noté que seguía siendo el mismo chico guapo del cual me enamoré hace tantos años. Micah Lewis fue nuestro vecino, él era el mayor de cinco hermanos y lamentablemente su padre murió demasiado joven y fue él quién se hizo cargo de su familia.

La amistad de siempre con Micah dio paso a un romance intenso cuando fuimos adolescentes, hasta que murió su padre y comenzó a hacerse cargo de su familia. Estudiaba y trabajaba, y cada vez tenía menos tiempo para nosotros, pero jamás reproché su ausencia. Yo entendía. Cuando él cumplió veinte, y yo estaba por terminar el instituto, le ofrecieron un trabajo fuera del país demasiado rentable que no le permití rechazar. Era lo que su familia necesitaba y yo no sería un obstáculo.

Nuestro quiebre nunca fue por mentiras, por infidelidad o por falta de amor, sino todo lo contrario.

Quería tanto a Micah que permití que se fuera de mi lado por el bien de su familia, y él me quería de la misma manera.

Probablemente si ese viaje no hubiese existido, los dos continuaríamos juntos con un montón de niños.

Micah Lewis fue una de las cosas más importantes en mi vida, y estaba segura que seguía siendo así.

—¿Qué diablos hiciste en Dublín? —Micah largó una carcajada profunda. Me mordí el labio, porque antes vibraba con ese sonido, y un cosquilleo se expandió por mi vientre. Micah era un hombre guapo, sus ojos claros brillaban vivaces. La melena rizada llegaba casi a los hombros y la barba le añadía unos cuántos años. Y aquellas gafas sin montura seguían siendo un sello que me maravillaba del señor Lewis.

—¿Qué diablos hiciste tú? Te dejé en el último año del instituto y cinco años después te encuentro como la asistente de uno de los hombres más millonarios de Nueva York —me encogí de hombros.

—Soy indispensable en esta empresa.

—¡Amelia lo acaba de mencionar!

—¡Qué chismosa!

—¿Ya vamos por los heladitos? —intervino Astra. Micah la miró con cariño.

—Y tú estabas en el vientre de tu madre cuando me fui.

—Era mi casita —le respondió ella y los tres reímos.

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Con Ella [COMPLETO LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora