¿Del odio al amor? ¡Hay un estúpido cupido!
Olivia Sinclair tiene una vida tranquila, sin muchas pretensiones más que ayudar a su familia económicamente.
El único problema con el cuál debe...
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Mi sábado fue demasiado divertido. No era propio que dos adultos se subieran a los juegos mecánicos de niños, pero por supuesto que a Micah y a mí no nos importó. Aunque, cuando el tipo que estaba a cargo del juego nos decía que no podíamos subir, le decíamos que Astra sufría de pánico y no podía subir sola, a menos que esperara que la pobre niña se muriera.
Los hermanos de Micah eran un encanto, y Charlotte, la más pequeña se llevó de maravillas con Astra, mientras que Louis, Kate y Samantha preferían subirse solos.
Algo demasiado lógico ya que los tres todavía eran unos adolescentes demasiado vergonzosos al ser visto con dos adultos locos. Micah les dio permiso para que recorrieran el parque los tres, pero que se comunicaran a través de mensajes cada hora.
Cuando pasamos a dejar a Astra a la casa de mi hermana, la pobre casi iba dormida después de correr, comer y reír cuanto ella quisiera. Amalia nos agradeció y luego volví al auto de Micah con el resto de sus hermanos.
Cuando llegamos, él se estacionó cerca de su casa y sus hermanos se bajaron riendo mientras se despedían de mí dejando un beso en mi mejilla.
—Díganle a mamá que volveré dentro de un rato —Louis asintió y entró con sus hermanas en la casa—. ¿Me aceptas una invitación?
—¿Otra? —sonreí—. Ni siquiera me dejaste pagar algo...
—Eso no importa, Livy —sus ojos brillaron cuando me miró—. Ha pasado tanto tiempo que temo que ya perdimos suficiente. Sé que te gusta bailar, ¿no quieres ir a unos de esos sitios que colocan música estridente y luces de colores?
—Se llaman discotecas —me reí.
—Vamos a una discoteca.
—¿Todavía tienes energía?
—Tú mejor que nadie sabe que nada me detiene cuando quiero conseguir algo.
—Podemos ir el otro fin de semana.
—¡Qué aguafiestas, Sinclair!
—¿Por qué quieres hacer todo ahora? —me mordí el labio—. ¿Cuándo vuelves a Dublín?
—Nunca.
—¿Cómo que nunca?
—No —sonrió—. Esta semana será difícil, tengo que presidir una infinidad de reuniones, pero básicamente estás con el gerente de Nueva York de una cadena importante de restaurantes emergentes que buscan revolucionar la gastronomía de la gran manzana —abrí los ojos y luego me lancé a sus brazos para felicitarlo.
—¡Oh por Dios!
—El trabajo en Dublín dio sus frutos, Livy, y de pasar a ser un simple chef ahora soy el gerente comercial de la misma cadena en la que comencé a trabajar... como tú.