XVIII

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Capítulo Dieciocho; ¿Es el amor suficiente?

Ruggero P.

Me duele la cabeza.

Y lo único que espero después de un terrible día en el trabajo, es irme a dormir.

El restaurante va bien, todo en mi vida va bien. A excepción del insomnio y dolores de cabeza constantes.

Eso sí que va mal.

He considerado ir al doctor después de un mes batallando a diario para dormir y despertándome siempre a la misma hora con el mismo dolor de cabeza.

Esto es una mierda.

Camino a la cocina en busca de un vaso con agua y las malditas pastillas para dormir que ni siquiera funcionan.

—Despacio, estúpida.

De inmediato detengo mi caminata mirando hacia las escaleras.

¿Acaso hay alguien en mi casa?

Camino escaleras arriba esperando que no se trate de una broma de Valentina o en serio voy a enojarme con ella. Esa rubia debería entender que es una mala idea asustar a las personas para ver si su estado de ánimo cambia.

Está loca.

—Valentina, ya te dije que...

Detengo mi discurso apenas abro la puerta, no es Valentina. Es...

—Hola, Ruggero.

Clara corta la tensión que comenzaba a formarse, Karol aparta la mirada de mí y termina por cerrar la maleta que descansa sobre la mesa. Relamo mis labios.

Mierda.

—Si, hola. Eh... ¿Qué hacen aquí?

—Si, es que Karol vino por sus cosas. —me explica Clara.— Pero ya terminamos de recoger así que nos vamos.

Asiento haciéndome un lado para que puedan salir. Ellas se miran entre sí.

Y por la manera en la que Clara golpea su muñeca simulando estar contando el tiempo, Karol se encoje de hombros sin entender.

—Las llaves, Karol.

—Oh, ya... —ella levanta su mano que sostiene las llaves de la casa.— Si, claro.

Se acerca a mí y extiendo la mano esperando que me devuelva las llaves.

Veo la duda en su rostro mientras con toda la lentitud del mundo pone las llaves en mi mano. La cierro antes de que pueda retirarla y me mira.

Nuestros ojos hacen contacto por primera vez en poco más de un mes, noto sus pupilas dilatarse y aguanto las ganas de sonreír. Sigo causando ese efecto en ella.

Tiro de su mano haciendo que quede frente a mí. Sus labios rozan mi mentón, inclino el rostro sin perder el contacto de sus ojos.

Escucho los pasos de Clara alejarse de la habitación y puedo ver su sombra desparecer por el pasillo. Por eso me cae tan bien.

—Creí que no ibas a volver. —susurro.

—No me iré de aquí hasta terminar la universidad. —explica echando la cabeza hacia atrás.— Aunque lo estés deseando.

—No, no sabes lo que deseo.

Mi nariz roza su mejilla, escucho su suspiro.

Pero, esa estúpida parte de ella reacciona y pone sus manos en mi pecho, alejándome. Aprieto la mandíbula.

—Entiendo. —levanto las manos en señal de paz.— Lo siento.

—Me voy ya. —suspira negando.— Pero gracias por todo, ahí están tus llaves, no las voy a necesitar más.

Miente Para MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora