XLVIII

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Capítulo Cuarenta y Ocho; La pequeña llegada de un ángel.

Ruggero P.

—¡Ruggero, Ruggero, Ruggero!

Me bajo del auto apenas escucho sus gritos. Le veo detenerse antes de cruzar la calle viendo a ambos lados.

Se asegura de que no haya nadie y emocionada corre hacia mí saltando a mis brazos. Me río sintiendo sus labios en mi mejilla.

—Aprobé. —susurra emocionada.— Aprobé, aprobé, aprobé.

Me muestra su examen con el aprobado escrito. Sonrío con orgullo, sabía que lo lograría.

—¿Viste? Lo hiciste muy bien, niñita tonta. —le felicito revolviendo su cabello.— ¿Qué sigue ahora?

—Nada más que esperar la graduación. Ya era hora. Me tuvieron dos semanas sufriendo desde que di el maldito examen.

Junta sus manos emocionada, me inclino besando su frente. Que hermosa es.

—Estoy muy orgulloso de ti.

—Ay, ya sé. —pega el examen a su pecho.— Y también tengo esto.

Levanta un sobre, intento tomarlo pero lo aleja de mí alcance emocionada.

—Vamos, primero pasaremos por el supermercado comprando dulcecitos y después iremos con tus padres.

Lo he estado retrasando tanto como pude, pero, hoy ya no pude más. Me obligará a ir aún si no quiero.

Por eso solo asiento abriendo la puerta para ella, se sube dejando los sobres dentro de la guantera del auto, abrocha su cinturón.

Me subo y comienzo a conducir viéndole sacar su teléfono. Teclea en este hasta que el sonido de la llamada que comienza a hacer se escucha.

Deja el teléfono sobre su muslo mientras busca dentro de su mochila.

—Hola, bonita.

Ah bueno...

Ruedo los ojos acelerando un poco. Karol se ríe.

—Hola, Pablito. —responde ella.— No te llamé ayer porque estaba ocupada reservando los vuelos de mi familia, y me quedé dormida.

—Yo también me quedé dormido. —suspira.— Y sigo teniendo sueño.

—¿Qué estabas haciendo?

—Terminando de instalarme. —se aclara la garganta.— ¿Sabes qué? Acabo de descubrir que cuando nos casemos vamos a comer los mismo cinco platos que sé hacer.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque intento hacer algo más y mi cocina es un maldito desastre.

Una carcajada brota de sus labios. Encuentra sus audífonos y se los pone apoyándose en la ventanilla.

Habla con él asegurándole que le fue bien pero que aún no sabe el resultado. Y entonces concluyo que está esperando darle el resultado en persona.

Juega con los sobres que me enseñó hace un rato. Y entonces pienso que probablemente es algo importante para ellos.

Llegamos al supermercado, se baja pidiendo que espere, no deja de hablar.

Mierda.

Me acomodo contra el respaldar del asiento, cierro los ojos.

Esto es una mierda. No me gusta porque me hace sentir que la estoy perdiendo.

Y no debería sentir eso porque yo ya la perdí.

Miente Para MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora