XLIX

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Capitulo Cuarenta y Nueve; No todo lo que brilla es oro.

Karol S.

—¿Te sientes mejor?

Asiento llevándome el té a los labios. Antonella sonríe.

—Todo va a estar bien.

—Pablo viene en camino, nada va a estar bien. —trago saliva conteniendo el llanto.— Que tonta fui.

—Ambos tenían responsabilidad en esto, no es solamente tu culpa.

El consuelo de Leo me hace sonreír, tomo su mano agradeciéndole.

—No tienes que hacerte cargo, Ruggero. —le digo llamando su atención.

Se mantiene sentado en el sillón apoyando sus codos en sus piernas. Arquea una ceja.

—Y tampoco tenías que hacer un examen de sangre que nadie te pidió y que a mí me dolió.

—Es más certero que una prueba de farmacia. —señala el sobre que descansa a mi lado.— Ábrelo.

—No.

—Hazlo.

—No.

—Que te dije que...

La puerta, me encojo en mi lugar. Leonardo se levanta a abrir y centro mi atención en Bruno que pasa su mirada de su hijo a mí en absoluto silencio.

No le culpo, fue él quien nos llevó al laboratorio clínico de su amigo de la infancia para que me practicaran la prueba de embarazo.

Y fue él quien apresuró la entrega de los resultados.

Aunque varias horas después de haberlos recibido, ni siquiera los he abierto.

Cierro los ojos escuchando la voz de Pablo. Y definitivamente me tenso cuando me dice;

—Buenas noches, señores Pasquarelli. Hola, pequeña.

Como un resorte me pongo de pie mordiendo mi labio inferior. Su aspecto cambia al verme y de inmediato se acerca tomando mis manos.

—¿Estás bien?

Niego, de nuevo estoy llorando pero no es como si me puedo contener.

Solo quiero llorar.

Diablos, es que esto no me gusta para nada.

Yo no quiero un hijo. No me gusta. Es terrible. Una jodidamente terrible idea.

—Tenemos que hablar. —susurro casi sin aire.— Es un emergencia.

Confundido asiente, tomo mi abrigo y el sobre antes de caminar hacia la salida esperando que lo haga también.

Y cuando estamos caminando hacia un incierto destino, mi teléfono suena.

Escríbeme, pase lo que pase.

Le escribo que lo haré y bloqueo el teléfono antes de ponerme el abrigo.

Pablo me abraza por los hombros y yo suspiro limpiando mis mejillas. Caminamos sin decir una sola palabra.

Hasta que nos detenemos antes de llegar a la playa y nos sentamos en la arena. Juego con la prueba de embarazo dentro de mi bolsillo. Pablo carraspea.

—¿Estás bien, preciosa?

—Pablo, ¿Tú me quieres? —pregunto de la nada. Se ríe.

—Preciosa, yo te adoro.

—¿Y estarías conmigo a pesar de todo?

—Obviamente, mi amor. —besa mi sien.— ¿Cuál es el problema?

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