Capítulo 17

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Oliver Thompson.

¡Ah, qué criatura tan indómita y altanera! Me había figurado que tratar con una dama sería un asunto sencillo, pero esta jovencita, apenas hemos intercambiado unas cuantas palabras, ¡y ya me resulta insoportable! Es quisquillosa, descortés y grosera...

Tomo una profunda bocanada de aire.

«Sosiégate, Oliver. Eres un caballero de temple sereno y apacible, no permitas que una chiquilla fea y pecosa te saque de tus casillas.»

Me levanto con determinación y me encamino en busca de Octavia. No pienso quedarme aquí sintiendo que esa muchacha pecosa me ha vencido.

Una joven de formas redondeadas me ve con una sonrisa radiante y se aproxima a mí con presteza.

—¡Saludos cordiales!, usted ha de ser el señor Oliver Thompson, ¿no es así? —inquiere, con los ojos rebosantes de entusiasmo.

—Así es —respondo con voz lacónica.

—Es un verdadero placer conocerlo, soy Helena, la más íntima amiga de Octavia. Ha de saber que es usted un joven muy apuesto, Octavia debe sentirse muy afortunada de...

La interrumpo.

—¿Dónde se encuentra?, ¿la ha visto?

La joven esboza una amplia sonrisa.

—La vi pasar hace un momento, está en la parte trasera —indica señalando hacia el fondo de la casa—, ¿ha ocurrido algo?, ¿Octavia se ha comportado de manera inapropiada con usted?, porque si es así, no se preocupe, Octavia es una muchacha muy...

—Le agradezco... —trato de recordar su nombre.

—Helena —dice la joven con una sonrisa.

—¡Helena!, sí... gracias, ahora debo ir con ella... con su permiso —inclino la cabeza y me alejo.

Llego a aquel lugar, un extenso jardín en la parte posterior de la casa.

Octavia se halla sentada junto a una piscina, su mirada perdida en la lejanía, ajena a mi presencia.

Tomo asiento a su lado.

—Es usted una persona sumamente molesta.

Octavia, al verme, se sobresaltó como si hubiera visto un espectro. Sus cejas, oscuras como la noche, se fruncieron en un gesto de desagrado.

— ¿Qué hace usted aquí? —inquirió con voz cortante—. ¿Acaso no le quedó claro que no deseo hablar con usted?

Se irguió, desafiándome con la mirada.

—Deje de comportarse como una niña caprichosa y comience a actuar con la madurez que se espera de usted —repliqué con firmeza—. Sabe perfectamente que este matrimonio es una cuestión de conveniencia, así que le ruego que reaccione y deje de lado sus infantiles berrinches.

Octavia volvió a fruncir el ceño, y sus ojos marrones me miraron con un desprecio que me heló la sangre.

—Usted no entiende nada —susurró con voz quebrada—. Esto no es lo que yo deseo para mi vida... Usted solo es un obstáculo en mi camino.

Y, sin más, me arrojó un cubo de agua de la alberca, empapándome de pies a cabeza, para luego salir corriendo como una gacela asustada.

—¡Carajo! —exclamé entre dientes.

«Y al parecer usted tampoco entiende mi posición...»

Mi cabello y parte de mi traje estaban empapados. Mientras permanecía allí parado, intentando escurrir el agua de mi ropa, apareció Christopher, el hermano de Octavia. Me miró con ojos llenos de confusión.

—¿Qué le ha sucedido? —preguntó con voz preocupada.

—Su hermana... —respondí con un deje de sarcasmo—. Verá, al parecer nos vamos a llevar de maravilla.

Christopher suspiró profundamente.

—Hablaré con ella —aseguró—. Y lamento mucho lo que ha ocurrido... Acompáñeme, lo llevaré a un lugar donde pueda cambiarse de ropa.

—De acuerdo —acepté, y añadí con un toque de ironía—. No se preocupe, aún tiene dos años para madurar y comportarse como una mujer.

Christopher esbozó una sonrisa tímida.

—Lamento profundamente lo sucedido. Octavia es una joven de espíritu libre, no le agrada seguir órdenes, es...

—Obstinada —agregué, completando su frase.

Christopher asintió con una sonrisa apenada.

—Dele tiempo, Oliver. Octavia no es fácil de tratar, pero no es tan mala como usted cree.

—Espero que pueda comportarse, o terminará matándome —respondí con un toque de humor negro.

Tal vez debería decirle a mi padre que no quiero casarme con esa chica y que se quede con la fábrica de Bar Polis, pensé para mis adentros. Pero mi padre era un hombre de palabra, y su mejor amigo había accedido a este trato. No había otra opción, debía casarme.

Llegué a una habitación inmensa, con grandes armarios repletos de ropa y trajes para elegir.

—Puede cambiarse aquí —dijo Christopher antes de salir de la habitación.

Comencé a quitarme la ropa mojada.

—Me las pagarás, Octavia Danvers —murmuré con determinación.

Me puse un pantalón gris y saqué del armario una camisa blanca de manga larga con botones. No había terminado de ponérmela cuando una voz al otro lado de la habitación me sobresaltó. La puerta se abrió y traté rápidamente de abotonarme la camisa, pero todo fue tan rápido que no tuve tiempo.

—¡Dios mío!, ¿pero qué hace usted aquí? —exclamó la persona que había entrado en la habitación, nada menos que Octavia Danvers. Sus mejillas se tiñeron de rojo al ver mi pecho descubierto. Se dio la vuelta, cubriéndose los ojos con las manos.

—¿Y a usted no le enseñaron a tocar antes de entrar, pecas? —pregunté con cierta molestia.

—Por si no lo recuerda, esta es mi casa y yo entro donde quiera sin necesidad de pedir permiso o preguntar si puedo entrar —respondió con altanería—. Además, vine en busca de una pintura.

—Pero cuando le salpica agua a una persona, esa persona tiene que ir a buscar ropa seca para no morir de un resfriado —repliqué—. Así que si estoy aquí es por su culpa.

—¿Va a llorar, ricitos? preguntó Octavia con una pizca de burla en su voz.

—En juego largo hay desquite, así que no se preocupe, pecas —respondí con una sonrisa irónica—. Ah, y se puede voltear, no es para tanto.

Octavia se giró, tal vez pensando que ya me había abotonado la camisa, pero no era así. Quería seguir viendo su cara de sorpresa al ver mi pecho y abdomen. Por un lado, era divertido.

—¡Pero si aún no se ha abrochado la camisa! —exclamó con indignación.

—¿Y eso qué? —respondí con indiferencia.

—Es usted un pervertido, ricitos de oro —dijo Octavia con nerviosismo—. Mejor me voy, no lo soporto ni un segundo más.

Y desapareció tan rápido como había llegado.

Un sentimiento desagradable se apoderó de mí. Octavia, con su arrogancia y su altivez, se había ganado un lugar en mi lista de desdén. No podía evitar sentir un profundo desprecio por su actitud engreída. Cada encuentro con ella solo servía para aumentar mi aversión.

No Te Enamores De Mi✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora