Capítulo 54

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Oliver Thompson.

Los días se escurrían como arena entre mis dedos, y la fecha de mi enlace con Verónica se cernía sobre mí, inexorable.

—¿Qué te parecen estas flores, Oliver? ¿No son perfectas para adornar nuestra boda? —inquirió Verónica, su voz rebosante de ilusión.

Mi mente, sin embargo, vagaba por parajes lejanos, ajena a sus palabras.

—¡Oliver! —exclamó Verónica, agitando su mano frente a mi rostro.

Desperté de mi ensimismamiento.

—¿Decías algo?

Verónica alzó los ojos al cielo.

—No me estás prestando atención, Oliver. En unas semanas nos casaremos, y pareciera que no te importa en lo más mínimo. ¡Es indignante! —dijo, cruzándose de brazos.

—Verónica, no me pidas que finja felicidad por esta boda. Sabes bien que no te amo.

Verónica bajó la mirada.

—Sé que solo te casas conmigo por nuestro hijo, pero al menos podrías mostrarme un poco de respeto, un poco de simpatía —alzó la cabeza y, súbitamente, rompió a llorar—. Oliver, no me trates así, le hace daño al bebé... ¡Ay, me va a dar algo! —comenzó a pasearse de un lado a otro, presa de la histeria.

Abrí los ojos, desconcertado.

—¿Qué sucede aquí, Oliver? —preguntó mi madre, apareciendo a mis espaldas.

Me volví hacia ella.

—No lo sé, madre. Estábamos hablando y...

—¿Hablando? ¡Esta muchacha está alterada y llorando, Oliver, por Dios!

—Madre, ya te dije que solo estábamos conversando, y de repente se puso así. Verónica, no seas dramática.

—Señora Evelyn, no se preocupe —dijo Verónica, secándose las lágrimas—. Yo entiendo que Oliver se casa conmigo solo por el bebé que llevo en mi vientre. Pero no es justo que me trate como si no existiera.

Alcé los ojos al cielo.

—Eso no es cierto, madre. Está exagerando.

Mi madre me tomó del brazo.

—Acompáñame.

Al llegar a su despacho, tomé asiento en el sillón.

—Oliver Thompson —comenzó mi madre con severidad—, esos no son los modales que tu padre y yo te hemos inculcado. ¿Qué culpa tiene esa pobre muchacha? Es tu responsabilidad ahora, y no quiero que la trates así. Será tu esposa, te guste o no.

Fruncí el ceño.

—En ningún momento la he tratado mal. Y si no la trato con amor es por la simple razón de que ¡no la amo!, y lo sabes muy bien, madre. Nunca la amaré, porque mi corazón ya pertenece a Octavia.

Mi madre se llevó la mano a la frente, pensativa.

—Hijo mío... —tomó mis manos entre las suyas— sé muy bien lo que sientes, pero deberás aprender a dejar ir... Créeme, esto no es lo que tu padre y yo deseábamos para ti. Sabes que queremos mucho a Octavia, y estábamos muy felices de que estuvieran juntos. Pero ahora... las cosas han cambiado, y debemos aceptarlo. No será fácil, pero nadie dijo que sería imposible. Aprenderás, con el tiempo, que a veces, cuando amas, dejar ir es la muestra de amor más grande que puedes dar. Además —añadió—, muchas personas se casan sin amor. No serás el primero ni el último.

Incliné la cabeza.

—No sé si pueda hacerlo, madre. Lo único que sé es que tengo la leve sospecha de que ese hijo que Verónica espera... no es mío —me puse de pie—. Debo atender unos asuntos. Luego les contaré. Por el momento, no me hagas preguntas, madre, te lo pido —y, sin más, salí del despacho, dejando a mi madre allí sentada, sumida en el silencio, pero con mil preguntas y dudas rondando su mente.

Salí de la casa. Ansiaba respirar aire fresco, alejarme de aquel lugar que me oprimía el pecho. La incertidumbre sobre Verónica me carcomía, pero estaba cerca de descubrir la verdad.

Te voy a desenmascarar, Verónica...

No Te Enamores De Mi✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora