Capítulo 65

559 77 130
                                    

Me aproximé a Mike con premura, pero él se apartó levemente, interponiendo su mano frente a mí.

—Calma, O'. Tan solo comí algo que me sentó mal. Y es probable que el cambio de clima también haya influido.

—Mike, ¡vomitaste sangre! —exclamé, señalando el lavamanos manchado de carmesí.

Mike se irguió, tratando de mostrarse sereno.

—Estoy bien, O', créeme. No hay motivo de alarma.

—Deberías consultar a un galeno. Eso no me parece normal.

—Ya lo he hecho, O'. No te preocupes, estaré bien. Ahora vamos, que la fiesta aún no ha terminado —dijo, forzando una sonrisa.

—¿Estás seguro? —insistí, mi voz teñida de preocupación.

—Por supuesto.

Mientras regresábamos con nuestros amigos, la inquietud se apoderaba de mi corazón como una sombra persistente. La imagen de Mike, con su semblante pálido y su mirada apagada, resonaba en mi mente como una triste melodía.

En mi mente, se entretejían dudas sobre la salud de Mike, quien, con su charla evasiva, parecía ocultar algo más siniestro. ¿Qué mal aquejaba su cuerpo y su espíritu? ¿Era simplemente fatiga, o algo más profundo que ni él mismo lograba comprender?

Al caer la tarde, emprendimos el camino hacia nuestro nuevo hogar, una casa señorial revestida de la calidez de la madera pulida y las cortinas de seda. El sendero, iluminado por faroles, nos conducía hacia un destino colmado de promesas y sueños compartidos.

Al cruzar el umbral, nos recibió el interior de nuestro santuario doméstico. Las habitaciones estaban engalanadas con tapices exquisitos y muebles tallados a mano, obsequios de familiares que se regocijaban en nuestra dicha. En la sala, una chimenea crepitaba alegremente, bañando la estancia con un resplandor reconfortante.

Nuestra alcoba, con su dosel y cortinas de raso, emanaba un aire de romance y ensueño. La cama, engalanada con encajes y flores frescas, nos aguardaba como un nido donde el amor podría florecer en cada susurro de la noche.

—Hemos llegado a nuestro nido de amor —comentó Oliver con voz aterciopelada.

—Es hermoso nuestro nuevo hogar —respondí con una sonrisa tierna, mi corazón rebosante de felicidad.

Oliver me alzó en sus brazos con delicadeza.

—Es hora de retirarnos a la alcoba.

Una risa escapó de mis labios, contagiada por su entusiasmo.

Al entrar en la habitación, Oliver me depositó suavemente sobre la cama, para luego acomodarse sobre mí.

—El momento que tanto anhelé —susurró, una sonrisa pícara dibujada en su rostro.

Sus labios descendieron por mi cuello, dejando un rastro de besos apasionados, hasta posarse finalmente en los míos. Una de sus manos acarició mi pierna con ternura, ascendiendo lentamente hasta llegar a mi entrepierna.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

—Espera, Oliver... —dije entre risas nerviosas.

—¿Qué ocurre, mi amor?

—Necesito ir al tocador.

Oliver puso los ojos en blanco, fingiendo exasperación.

—¿Y para qué necesitas ir al tocador? —preguntó, mientras besaba mi cuello con dulzura.

—Este... debo quitarme el vestido.

—No te preocupes, yo te lo quitaré —respondió Oliver, continuando con sus caricias y besos.

—Estamos impacientes, ¿no es así? —bromeé.

—Tú qué crees —dijo Oliver, acariciando mis labios con su dedo, una chispa de deseo brillando en sus ojos.

—Espera, Oliver...

—¿Ahora qué? —resopló Oliver, algo impaciente.

—La luz —dije con un hilo de voz. Oliver se inclinó para apagar la luz, sumiéndonos en la penumbra.

Y así, en la primera vez, un encuentro íntimo que resonaba con la promesa de compartir no solo cuerpos, sino también almas. Las palabras susurradas y los suspiros compartidos se fundieron en un rito de amor, donde el tiempo parecía detenerse para deleitarse en la unión de dos seres destinados a ser uno solo. El tacto de nuestras manos entrelazadas, la suavidad de la piel al descubrir sus secretos, cada momento se desplegaba como un pergamino donde nuestras emociones se escribían con la tinta de la entrega mutua.

***

Dos días habían transcurrido desde que me había convertido en esposa. Oliver y yo nos levantamos al alba, desayunamos frugalmente y partimos hacia el pueblo para adquirir algunas provisiones necesarias.

Mientras Oliver hablaba, mi mente vagaba por otros senderos.

—¡Octavia! —Oliver agitó su mano frente a mi rostro, tratando de captar mi atención.

—Lo siento, cariño, estaba pensando...

—¿En qué piensas?

—En Mike.

Oliver me miró con sorpresa.

—¿Mike? ¿Qué ocurre con él?

Le relaté a Oliver lo sucedido aquel día de nuestra boda con Mike. Con tantas emociones encontradas, se me había pasado contárselo.

—Siento que oculta algo y tengo un mal presentimiento...

—Ey, tranquila, cariño. Iremos mañana a visitarlo y hablaremos con él. Si algo grave ocurriera, ya nos lo habría contado.

—Está bien... Tal vez tengas razón y yo estoy exagerando un poco...

Al regresar a casa, descargamos las compras y revisamos la correspondencia. Entre las cartas, había una de Helena.

Oliver abrió el sobre y comenzó a leer en voz alta.

«Querida Octavia Thompson,
Es con gran pesar en mi corazón que me veo compelida a compartir con vos noticias de una índole sombría y preocupante.

Nuestro querido amigo, Mike, ha sido visitado por la aflicción de una enfermedad que ha arrojado su sombra sobre su lozano ser. Los médicos, con sus conocimientos y pericias, han expresado su inquietud ante la gravedad de su condición. El mal se ha cernido sobre él con férrea insistencia, y la esperanza, como una llama titilante, lucha por no extinguirse en el oscuro túnel de su mal.
Mike nos necesita más que nunca...

Con afecto sincero, tu amiga, Helena»

Sentí como si el aire me faltara, mis manos temblaban incontrolablemente y lágrimas gruesas comenzaron a rodar por mis mejillas.

Oliver me tomó del brazo para evitar que me desplomara.

—Cálmate, cariño. Todo va a estar bien, confía, por favor.

—Yo lo sabía... sabía que algo le ocurría —dije con voz entrecortada.

—Tranquila, O'. En estos momentos debemos tener fe en que todo mejorará, y pronto Mike se pondrá bien —dijo, secando mis lágrimas con ternura.

Asentí, y sin perder un instante, salimos de casa y nos subimos al carruaje, camino a la casa de Mike.

Ahora, con el corazón lacerado por la angustia, solo me quedaba orar por la fuerza necesaria para afrontar la tormenta que se desataba en nuestras vidas y rogar por la pronta recuperación de mi adorado amigo.

«Mike... no me puedes hacer esto, tú no...»

No Te Enamores De Mi✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora