❝ Cincuenta y uno ❞

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...

RA-YEON

Las semanas pasaron volando, para mi desgracia. Sin contar aquellos momentos eternos en los que Gahyeon trataba de apuñalarme en un intento de hacerme aprender y yo esquivaba sus cuchilladas, quedándome sin aire poco a poco. Tenía que admitir que todo aquello había dado sus frutos, el sobreesfuerzo y el odio contenido hacia ella hicieron que aprendiera mucho más rápido. Sin embargo, ninguno de esos dos factores estuvo presente en los ratos de clase de magia con Sihyeon. Ella era alegre, tranquila y pacífica. Si me equivocaba, que tampoco solía pasar, no le importaba. "A la siguiente te saldrá mejor", iba repitiendo hasta que dominaba la práctica o el hechizo que me estaba instruyendo. Y lo cierto es que su campo se me daba mucho mejor. Claro que había nacido y crecido con magia, pero podía notar la clara diferencia de entusiasmo en mí cuando iba de un castillo a otro para comenzar una clase después de haber salido de otra.

Y era el día. El día en el que me mudaría.

Ya no había nada en mi parte del cuarto, solo la jaula de Baedal que Jungwon estaba a punto de agarrar para ayudarme a llevarle hasta allí. Acababa de salir de mi última clase, la clase definitiva para ser una original digna, y apenas tenía energía para transportar mis maletas hasta allí. Podía hacerlo haciendo a mis brazos esforzarse un poco más ese día, pero no con magia. Necesitaba dormir, que sería lo primero que haría al llegar.

La pluma en su frasco de cristal que la resguardaba sobre el escritorio. Las hojas y sobres desperdigados por su superficie. Los cuadernos y libros de química amontonados. La mochila tirada en cualquier parte de este. Mi bola de cristal.

En la pared un marco con una pintura que compré de un lugar parecido al que me llevó Jungwon para darnos nuestro primer beso, antes de la pequeña guerra. Un diploma de magia de cuando era pequeña en el que taché "Jung" y lo sustituí por "Choi". En la estantería mi pequeño caldero para pócimas improvisadas con algún que otro recipiente de cristal junto a él. Mis trofeos de competiciones ganadas cuando era aún más joven. Mis colgantes de piedras preciosas cayendo desde pequeñas chinchetas clavadas vagamente en un corcho y las cartas que alguna vez intercambié con Jungwon amontonadas en una esquina.

De todo eso, ya nada estaba ahí. Nada.

Todo estaba vacío, y lo único que adornaba el cuarto eran las posesiones de Tzuyu. Su mensajera, sus velas perfumadas y sus inciensos sobre el escritorio. Ella no tenía nada más. Todo estaba bien guardado en su respectivo lugar y le daba a la habitación un aspecto aún más vacío y tétrico.

Ya no podría pasar al cuarto de Sunghoon y Jake saltando por la ventana. Despertarme cada mañana de fin de semana con un golpe en la puerta de alguno de mis amigos. Salir y encontrarme siempre con la vista agradable de gente de mi entorno y edad que conocía y con la que podía conversar.

Estar cerca de Jungwon.

Todo eso se había terminado así como así y tenía que suceder, tenía que irme. Como original, esa era una de mis tantas estúpidas obligaciones. Podía desobedecer a mis padres que ya no lo eran, ignorar los consejos de mis amigos y hacer siempre lo que me apeteciera. Incluso desafiar las leyes, pero con Gahyeon como jefa además de compañera, aquello era mucho más complicado. "Es tu obligación" era lo que mi cabeza y ella me repetían sin parar. Presión, presión y más presión.

Además de que Sihyeon tuvo toda la razón. Desde ese puesto, las cosas se veían distintas y yo aún no me había acostumbrado. A gobernar, a mandar, a castigar. A tener el poder de cambiar las leyes aunque no fuera mi decisión. Siempre había querido, y ahora lo odiaba.

Odiaba, más bien, la forma en la que estaba pasando.

Gahyeon tenía que morir.

Y el día estaba demasiado cerca.

Me giré hacia Jungwon una vez había cogido a Baedal por el extremo superior de su jaula. Él ya había comenzado a andar hacia la salida del dormitorio, mientras que a mí me resultaba doloroso irme. Aunque claro, él no tenía en la cabeza un halo de negatividad que reinaba sobre cualquier otro pensamiento y se oponía a las ideas positivas. Jungwon estaba seguro de que seguiríamos viéndonos cada día a cada hora. Y yo no dudaba de lo primero, pero sí de lo último. ¿Cómo pensaba hacerlo si él seguiría acudiendo al instituto, y yo ya ni siquiera vivía allí?

Solté por un momento las maletas y me dirigí a él. Me costaba aceptar todo aquello aunque sabía que en apenas dos días me adaptaría completamente al castillo y sus comodidades.

-Jungwon... - suspiré. Ni siquiera sabía qué decir, y él rio. Parecía divertirse con mis insistencias a pesar de lo pesimistas que eran.

-Pensaba mantenerlo en secreto y que fuera una sorpresa, pero... -negó-. Contigo así es imposible.

-¿A qué te refieres? -arqueé una ceja.

-Hablé con el director y, por el simple hecho de que se trata de ti, una original a la que debe respetar -tenía que admitir que aquello tenía sus ventajas-, me dejará irme a vivir contigo al castillo y seguir viniendo cada mañana aunque sea desde allí -sonrió.

Una sonrisa escapó de mi rostro y ni siquiera me molesté en cubrirla con vergüenza o timidez. Salí corriendo hacia él y le abracé. Le abracé con fuerza porque sabía que hacía todo lo posible por estar conmigo.

-Eso es increíble -susurré cerca de su oído. Baedal aleteaba dentro de su jaula, parecía igual de emocionado. Lograba entender lo que pasaba, y él también le había cogido cariño a Jungwon.

-Lo sé -hizo una pausa-. Es que... Estarás algo lejos, y la distancia no hace nada bueno a las relaciones. Sé que tú y yo podríamos superar cualquier obstáculo, pero no quero arriesgarme. Podría llegar otro y...

No pude evitar reír, y me separé arqueando ambas cejas esta vez, burlona.

-¿De verdad? -reí-. No, en serio. No podría haber nadie mejor que tú a mi lado.

Jungwon sonrió instantáneamente, pero tapó su cara con sus manos. Logré verlo levemente ruborizado, y algo que no había visto nunca antes en él. Sus ojos se iluminaron de un verde esmeralda que tomó protagonismo en ellos. Ya no se veía el marrón chocolate de estos, casi negro. Eran completamente verdosos y radiantes. Incluso proyectaban cierta luz. Lo miré asombrada, sabiendo lo que era. A algunos brujos les pasaba cuando estaban enamorados. Jamás lo había presenciado tan vivamente. Y al ver que fue provocado por mí, fui yo la que se sonrojó.

-Tus ojos... -lo señalé.

-Ah, sí -rio-. Me di cuenta de que me pasaba cuando estaba solo, minutos antes de ir a tu cuarto y pedirte que fueras mi novia. Aún no podía creerme que te besé, y... Bueno, se pusieron así por primera vez.

Escuchar sus palabras de esa forma, mientras estaba tímido y me miraba con aquella mirada verde y atrayente era una sensación nueva. Otra más que me provocaba él, y solo él, desde luego.

Me extendió la mano. Agarré mis maletas con la otra y le correspondí. Pasamos de aquel pequeño momento a marcharnos al castillo donde, en un futuro, viviríamos ambos.

Y, al día siguiente, sucedería lo que todo cambiaría.

...

𝐖𝐈𝐙𝐀𝐑𝐃𝐒 | ENHYPEN ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora