treinta y ocho

538 122 16
                                    

Rubén estaba tirado en el escenario, moviendo los pies vagamente mientras escuchaba la suave canción en el piano, el tobillo aún le dolía, apenas una espinita tras la pesada coreografía que había practicado, pero no quería irse, aún cuando Samuel ni siquiera le dirigía la palabra desde que Luzuriaga se había marchado.

— Que feo que hayas invitado a alguien más a nuestro nidito de amor, ¿eh? — regaña, mirándolo sentado allí, con el ceño fruncido.

Era guapo, en su seriedad, sentado allí, sin dirigirle la palabra y mientras tecleaba agilmente en el piano.

— ¿No tienes nada más importante que hacer? — inquiere con dureza, sin dirigir los ojos violetas hacia él. — Interrumpes mi ensayo.

— ¿Así que hablas? — cuestiona de vuelta. — Que sorpresa.

— ¿Así que hoy estás feliz? — regaña el pelinegro de vuelta, dejando las manos quietas. — ¿Ya no me echas la culpa de nada?

Rubén bufa, sentándose para mirarlo bajo el ceño fruncido, tiene las piernas estiradas en una posición extraña, demasiado flexible para la percepción de Samuel, quien decide apartar la mirada de la malla rota en sus piernas.

— Soy un bailarín, Sammy, soy temperamental. — se excusa, formando un puchero con los labios. — ¿Me perdonas?

Samuel se aparta el cabello de la frente, dedicándole una nueva mirada fugaz y niega quedamente. — ¿No tienes que ir a buscar a tus amigos? — cuestiona, cambiando de partitura. — ¿O...? ¿Puedes sentarte de otra forma, por favor?

— ¿Por qué? — sonríe el contrario, ahogando la coquetería en la inocencia de su sonrisa. — ¿Te desconcentro?

— ¿No es doloroso?

— Nope. — responde, abriendo las piernas y estirándose entre ellas. — Llevo desde los seis años haciendo esto, impresionante, ¿a qué sí?

Y lo era, claramente, Samuel jamás podría hacer eso, era increíble al facilidad en la que se estiraba así, y era increíble la sonrisa socarrona en sus labios, así que se limitó a devolver la vista a sus partituras, sin ponerles real atención.

— ¿Me perdonaste? — repite, mirándolo con fingida inocencia.

— Si te vas seguro me lo pienso. — responde.

— Bueno... — susurra, ladeando la cabeza. — molestarte o tu perdón... la decisión es difícil... — murmura, y Samuel ahoga la sonrisa en labios presionados entre sí. — ¡Te reíste! Ya estoy perdonado.

— No. — refunfuña.

— ¡Que sí!

— Déjame ensayar, cállate ya.

— Prefiero molestarte. — asiente finalmente, mirándolo volver a fruncir el ceño.

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora