sesenta y dos

56 22 5
                                    

El abandono no era nada nuevo para Rubén, de hecho, le parecía tan usual, que si llegaba a pensarlo demasiado, ni siquiera le daba miedo del todo. Lo que parecía aterrador, era el silencio, como bailarín, como hijo de alguien que amaba la música, como amante eterno de los músicos, el silencio era insoportable.

El silencio le recordaba a las tardes después de que su padre se fue, a los días en los que su madre trabajaba tanto que parecía no vivir allí, para Rubén Doblas, quien había crecido con la música clásica impresa en los tímpanos, el silencio era lo más aterrador del mundo.

Así que, aquel primer día, cuando se le escapó un emocionado "hola" al ver a Samuel y lo único que obtuvo a cambio fue silencio, el cuerpo entero se le enfrió varios grados. Por algún extraño motivo, el miedo siempre le provocaba frío, tan repentino y fuerte que casi le hacía sentir que se congelaba.

Se sintió un poco mejor mediante la mañana transcurrió, de todas formas, quizás el tumulto del pasillo no le había dejado a Samuel escucharlo, después de todo, Rubén solo creyó que el silencio iba a ahogarlo porque no lo escuchó específicamente a él.

Para cuando el descanso llegó, y el peliblanco había buscado en el edificio de música a Samuel, sin haberlo encontrado, pensó que quizás estaría escondido en el auditorio, así que fue hasta allí, un cupcake en una mano, y el morral en la otra.

Lo descubrió sentado frente al piano, el cabello despeinado, demasiado ocupado escribiendo algo en una pequeña libreta como para notar que el bailarín había entrado.

— ¿Hoy no tocas? — preguntó, Samuel cerró la libreta en un movimiento rápido, como si lo hubiese hecho muchas veces antes. Como un reflejo.

Silencio, demasiado largo, demasiado pesado, demasiado intenso.

— No.

De alguna manera eso también se sintió como silencio, dos letras vacías, una palabra tan pequeña que pudo ser mentira.

— Te ves muy solito — continúa, si hablar significaba ahuyentar el silencio, hablaría tanto como pudiera. —, no te vi en el descanso y pens-

— Me gustaría estar solo. — explica con sencillez.

— Oh, vale, perdona, no quería interrumpir tu práctica privada ni nada, ¿sabes? — balbucea, no quiere tomarse demasiado a pecho la respuesta, quizás es solo uno de esos días que las personas tienen a veces. — ¿Estás arreglando la letra de nues- la canción?

La pregunta pareció llevarlo a través de muchas emociones, y, finalmente respondió con indiferencia unas palabras que hicieron pensar a Rubén que el silencio habría sido mejor.

— La canción no tiene letra.

El peliblanco asintió, el cupcake y el morral aún en sus manos, y en sus oídos: silencio.

.

Alejandro y Mangel habían perdido la cuenta de las veces en las que Rubén se había guardado sus problemas y les había contado todo el caos una vez hubo resuelto todo. Lo odiaban, claro, odiaban que el bailarín pareciera ajeno a ellos, incluso a Auron, hasta que se sentía tranquilo, más calmado.

Ahora, mientras miraba con demasiada atención un cupcake en la mesa en la que estaban comiendo, Alex y Mangel se dieron cuenta de que algo pasaba, de hecho, algo llevaba pasando demasiado tiempo, con Samuel y Auron.

— Eh, Rubius — llama Alejandro, mirando el cupcake también. —, ¿tienes mucha hambre o...?

El peliblanco levanta la mirada hasta los ojos azules de Alejandro, por un momento, apenas un segundo, el cantante le mira y encuentra en sus ojos lágrimas acumuladas, tan listas para escapar de allí que Rubén casi no puede contenerlas, sin embargo, lo hace.

— No — responde con sencillez, bajando la cabeza un momento. —, no sé porqué compre eso, sabe a mierda, ¿alguien lo quiere?

— ¡Yo! — salta Lolito, estirándose para tomarlo de un movimiento rápido, Mangel le da un codazo, pero la pelirroja se encoge de hombros. — ¿Qué? Dijo que no lo quería.

Rubén le dedica una sonrisa, mientras Alejandro y Mangel comparten una mirada de preocupación.

.

Luzuriaga se ríe, se está atando las zapatillas mientras el chico frente a él continúa mirándolo con esa dulzura que solo tiene para él. — ¿Quieres dejar de verme así? — pide con una sonrisa, el pelinegro niega con la cabeza.

— Eres mi persona favorita en el mundo — dice el contrario. —, tienes que dejarme verte.

— Tienes que practicar — responde el bailarín. —, no verme.

Auron finalmente toma la guitarra, aún los ojos puestos sobre él y una sonrisa en sus labios que arrastra una canción. — En el canto de las olas, encontré un rumor de luz, por un canto de gaviotas supe que allí estabas tú. — canta con dulzura, de alguna manera, aún con el terrible remolino en su mente, Luzuriaga lograba brindarle paz. A pesar de Samuel, a pesar de Rubén. — Despidiendo últimamente, todo lo que sucedió, hoy saludo mi presente; gusto de este dulce adiós. — el bailarín se pone de pie, los pies se mueven con delicadeza mientras empieza a danzar la coreografía que ha preparado, el guitarrista sonríe. — Voy a navegar en tu puerto azul, quisiera saber de dónde vienes tú. Vamos a dejar que el tiempo pare, ver nuestros recuerdos en los mares y esta soledad tan profunda.

La canción sigue, sus dedos rasgando las cuerdas de la guitarra con la misma dulzura con la que canturrea para que Luzu baile, una danza tranquila, como el movimiento de las olas, como el mar del que habla la canción, cómo se siente la soledad, al menos, como Borja cree que se siente.

— Escogiste una canción triste. — dice cuando la canción ha acabado, Auron le mira, levantando la cabeza, los dedos aún rasgando las cuerdas.

— No es triste triste.

El bailarín se encoge de hombros. — Habla sobre la soledad.

— Y el mar. — acota Auron, finalmente dejando la guitarra a un lado. — Me gusta el mar.

— ¿Y la soledad?

— Nunca estoy solo.

Parece mentira, algo en sus labios hace que esas tres palabras parezcan mentira, Luzu ladea la cabeza ligeramente. — ¿Qué pasó con Rubén?

— ¿Qué?

— Samuel me contó — responde con rapidez. —, la apuesta, su discusión, pero pasó algo más, ¿no?

Auron duda un momento antes de negar. — No. — tiene que suspirar, pues la presión en el pecho le hace sentir a punto de explotar. — Nada más, Rubén se pilló un cabreo porque le solté la sopa a su noviecito y ahora me ignora por completo.

La soledad y el mar.

— ¿Promesa?

— Promesa, mi niño.

Luzuriaga cree que la soledad y el mar son las dos cosas favoritas de Auron.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: a day ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora