cuarenta y nueve

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Luzu se mira en el espejo, las piernas extendidas y el corazón presionado en el pecho mientras piensa. Debería irse a casa, ya es tarde y quiere pasar tiempo con su hermanita, pero la cabeza no deja de darle vueltas mientras recoge sus cosas, quiere hablar con Raúl, pero al mismo tiempo no quiere ni siquiera verlo.

Decide entonces que lo mejor será pasar a ver a Samuel y hablar con él, hablar sobre qué es lo que debe hacer, sobre cómo puede arreglar las cosas, o sí es mejor no arreglar las cosas en general.

Mientras se sienta para amarrarse los listones de sus zapatillas, observa al par caminar por el pasillo, Raúl cargando el bolso de Rubén con una mano, mientras con la otra toma al más alto por la muñeca. Luzu supone que no lo ven, pues, aunque Raúl mira al salón, a aquellas paredes hechas de limpio cristal, ninguna expresión cruza su rostro.

Tras un rato, Luzu sale de allí, bolso en mano y el corazón hundido en el fondo del pecho, si a Raúl llegaba a gustarle Rubén de vuelta, aunque fuese en lo más mínimo, ¿qué sería de él? ¿Sería siempre así? ¿Una constante elección entre él y Rubén? ¿La inseguridad latente de verlo llegar vestido como el peliblanco? ¿Con su ropa, oliendo a él?

Samuel está saliendo del auditorio para cuando Luzu llega al pasillo, se quedan de pie uno frente al otro, el pelinegro está tan abrumado con el dolor de sus manos, el descubrimiento de sus sentimientos, y el dolor del pecho, que cuando ve a Luzu, su primera reacción es abrazarlo, y dejarse abrazar.

El bailarín contiene el aire un momento, sosteniendo a su mejor amigo como quien se está ahogando en medio del mar, como quien ha encontrado un lugar seguro en un tornado, le sujeta con ambas manos abiertas en su espalda, y se permite llorar. No es un llanto cohibido, es un llanto a garganta abierta, que le mueve el cuerpo entero con cada sollozo.

Samuel le abraza, incapaz de pensar en su propio dolor, le abraza y sisea que todo irá bien, aunque no sabe si es verdad.

— Lo amo — susurra al recuperar algo de aire. —, lo amo mucho.

No necesita ninguna otra palabra para saber que habla de Raúl. No lo entiende, en lo absoluto, no entiende que es lo que ve en ese estúpido manipulador, pero no es quien para juzgarlo, así que asiente, y le sigue abrazando hasta que Luzu le deja ir.

— Venga, vamos — propone en voz suave. —, te ayudo a llevar el bolso.

Luzu no dice nada, así que asiente, ligeramente avergonzado, no puede evitar mirarle las manos rojas e hinchadas, pero se queda callado, presionando los labios entre sí para tragarse el rápido insulto que quiere soltar. Si su madre sigue así, algún día lo matará.

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora