cuarenta

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La canción no estaba terminada, Samuel tenía ese defecto, jamás sabía como terminar sus canciones, pero a Rubén pareció gustarle el ritmo para crear una coreografía, así que Samuel se limitó a tocar el piano una y otra vez mientras el peliblanco movía las manos ligeramente al escucharlo.

— Creo que podemos trabajar con eso. — dice al cabo de un rato, cuando Samuel ha tocado la misma parte de la canción por décima vez. — Voy a intentar un par de combinaciones y te las enseño luego, ¿vale?

El cabello blanco le cubría parte del rostro, haciéndolo parecer desaliñado, cansado a pesar de la sonrisa que le inundó los labios al verle. — Vale.

Samuel le miró, Rubén le miró de vuelta, se estaban observando allí, en la privacidad que aquel inmenso auditorio les daba, el músico desdichado, y el bailarín de ballet más desdichado aún, tan confundidos como encantados por su arte, tan distintos pero tan unidos a la vez.

— No te comes la cabeza. — murmura el menor dando un suave toquecito sobre la madera del inmenso piano. — Es una buena canción y yo soy un excelente bailarín, seguramente vamos a ganar, créeme.

El pelinegro entornó los ojos, siempre era algo de no creer lo absurdamente egocéntrico que ese chico podía llegar a ser, pero tenía razón, la canción no era mala y él era un buen bailarín, podían llegar a ganar. — Vale, Rubén Doblas, es todo, puedes irte.

— Solo porque hoy estoy muy cansado te voy a dejar en paz.

Samuel le mira con curiosidad, se la ha pasado muy bien, a decir verdad, las piernas le duelen un poco por el estiramiento, e incluso se siente hastiado de su propia canción y del ligero dolor en las manos por el constante repetir de la melodía, pero se la ha pasado bien, aunque Rubén sea un presumido, aunque le esté mirando con ojos brillantes y una sonrisa traviesa, casi coqueta, aunque esté enamorado de Auron.

Está enamorado de Auron.

— Gracias — termina por responder, deslizando las manos nerviosamente sobre las teclas del piano con suavidad, sin llegar a tocarlo con especial fuerza. —, lo necesito para despejarme.

— Sé que mi presencia es abrumadora, no me extrañes. — pide el bailarín mientras se baja de la plataforma de un salto, caminando en dirección a la salida.

— Ni un poco. — dice el pelinegro con diversión, mirando el dedo del medio que Rubén le enseña aún dándole la espalda, se tiene que tragar la suave risa mientras toca un par de notas al aire. — ... ni un poco... — susurra.

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora