cincuenta y ocho

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tw: violencia implícita


Toca las teclas pensando seriamente en lo que pasó hace un rato, Rubén no parece haberle tomado demasiada importancia, pues continúa hablando tranquilamente sobre algo que el pelinegro no escucha del todo. La cabeza le da vueltas a mil por hora, el corazón le late dentro del pecho tan rápido como si hubiese corrido un maratón, y tan fuerte como si fuese a romperle las costillas para escaparse de allí.

Entre el torbellino de sentimientos, el dolor en la espalda, y la sensación de los labios del peliblanco deshaciéndose de los suyos, se le ocurrió una idea, bueno, más que una idea, fue algo como un pensamiento intrusivo que se escuchó muy bien en su cabeza, así que lo dijo, interrumpiendo al bailarín.

— Bésame. — suelta tras presionar una última vez las teclas, las palabras se ahogan en los labios de Rubén en cuanto lo escucha. No sabe muy bien cómo reaccionar, quiere reírse, pero la expresión de seriedad del pelinegro aún lo hacen sentir algo inseguro, así que se mantiene callado un momento antes de mirarlo con curiosidad.

— ¿Qué?

El pelinegro asiente, más convencido de lo que quiere, con la espalda adolorida y una sonrisita curvada en los labios. — Claro, si tú quieres, jamás te lo pediría si no quisieras hacerlo, pero es solo que-

— Vale. — corta de repente, quizás besarlo le ayuda a Rubén a descifrar qué es lo que siente por él, claro que le parece atractivo, su cabello peinado hacia atrás y el violeta brillante de sus ojos cuando lo observa bailar, ¿pero le gusta? No está seguro, quizás...

El pelinegro se gira en la banca del piano, igual que el bailarín, se miran por largo rato hasta que Rubén le pone la mano en la mejilla, y tira de él suavemente, Samuel sonríe también, apenas, y se deja guiar por el menor, seguro él tiene más experiencia, seguramente él ha besado más chicas y chicos que el músico quien solo ha besado a Luzu por un experimento.

Pero Rubén está igual o más nervioso, así que actúa por mero instinto, la mano en la mejilla, el suave suspiro contra sus labios, la forma en la que le besa suavemente, como antes, como un roce que casi no se siente. Sin querer, es Samuel quien le alienta a ir más allá, en el momento en que sonríe contra sus labios y le sostiene la mandíbula con dulzura.

Algo se rompe en su pecho, o se arregla, Rubén no está del todo seguro, pero le besa mejor, más seguro de sí mismo, más seguro de que Samuel sí quiere que lo bese, así que le besa suavemente, girando el rostro para poder acercarse aún más hacia él, las rodillas chocando y las manos libres sosteniéndose entre sí.

La dulzura pronto se convierte en la necesidad de sentirlo más cerca, de querer saber cómo se sienten sus pechos presionados juntos, de la necesidad de abrazarse entre sí, sujetarse como si fuesen pedazos faltantes el uno del otro. El estar sentados allí es algo incómodo, pero no les importa en lo absoluto, no cuando la mano de Samuel termina posicionada en la parte posterior del cuello contrario, acercándolo más hacia él, no cuando Rubén tira del labio inferior del músico con los dientes.

El aire les empieza a faltar, demasiado inmersos en las sensaciones, en lo felices que se sienten, en lo mucho que han querido hacer esto y solo ahora se dan cuenta. El bailarín coloca la mano en la cintura contraria, los dedos sobre la parte baja de su espalda y le dedica un suave apretón que hace que Samuel se aparte con un quejido.

— Coño, perdona — susurra Rubén con un hilo de voz. —, ¿hice-?

— No, no, es solo... — el músico tiene las mejillas tan sonrojadas que siente el calor en ellas, aparta las manos del contrario solo para reemplazarlas con las suyas, deslizando los dedos suavemente sobre el lugar en el que el peliblanco le ha presionado. — ... dormí mal, es todo y me dolió un poco...

— ¿Estirar no te quitó el dolor? — inquiere Rubén, tan sonrojado como el contrario, le mira con curiosidad y una sonrisita en los labios. — Anda, te doy un masaje.

— No es necesario — murmura Samuel, sonriendo también. —, ya se me va a pasar.

— Hombre, si te toqué y te dolió hasta el alma. — se ríe, le mira un momento antes de ponerse de pie. — Además, soy muy bueno dando masajes.

— No, Doblas, está bien, no hace falta. — insiste, pero las manos del peliblanco ya han llegado a sus hombros, y antes de que pueda detenerlo, ya le han presionado la lastimada piel por sobre la camiseta.

El dolor lo hace apartarse de su tacto en un movimiento rápido, pero Rubén ya ha visto algo fuera de lo común en su piel al moverse su camiseta, marcas como las de sus manos, marcas largas y sin orden.

— ¿Qué coño tienes en la espalda? — pregunta, menos risueño.

— Nada, solo dormí mal. — responde con sencillez, demasiado bueno mintiendo, demasiado cómodo con su dolor. — Está bien, deberíamos empez-

Samuel aún le está dando la espalda para cuando le levanta la camiseta apenas, en un movimiento rápido, y encuentra allí la piel lastimada, manchada con cicatrices viejas y nuevas heridas, no parecen muy profundas, pero sí dolorosas, y el corazón se le parte.

— ¿Qu-qué...? — la voz le tiembla, y tiene que tragarse el nudo de la garganta, confundido, no son golpes, no estuvo en una pelea, entonces... ¿qué son? ¿Quién se las hizo? ¿Cuándo? ¿Por eso no llegó a clases? Quizás dolían tanto que no se pudo levantar y-

— No es... no, yo... — el pelinegro se pone de pie, evita mirarlo, demasiado avergonzado, sin saber que decir, no puede ponerse la mochila sobre la espalda porque le lastima, así que se limita a recogerla.

— Sam, esto es serio, necesitas decirm-

— Podemos continuar ensayando mañana. — dice, baja del escenario de un salto mientras Rubén continúa diciendo algo sobre ir al doctor, sobre contarle a alguien, pero Samuel no le escucha, demasiado avergonzado y demasiado confundido para pensar en algo.

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora