cincuenta y nueve

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Se frota las manos entre sí, apresurando el paso hasta el salón, Raúl está en la puerta, teléfono en mano y el estuche de la guitarra colgada en la espalda, levanta la mirada un par de segundos antes de que Rubén se plante frente a él, guarda el teléfono, listo para escuchar las disculpas que su amigo debe estar listo para darle, pero lo que escucha del peliblanco es: — ¿Has visto a Luzu?

El nombrado aparece antes de que Raúl pueda responder, sale del salón con una expresión tranquila hasta que los ve de pie allí, la mente le da vueltas un momento, pensando que quizás su pareja no se ha tomado en serio la petición de alejarse de su amigo lo suficiente para que él se sienta cómodo, pero Rubén lo interrumpe.

— ¿Puedo hablar contigo? — inquiere con voz nerviosa, las manos aún presionadas entre sí. — Tiene que ser a solas.

El castaño, aún un poco incómodo, asiente, pues jamás ha visto a Rubén así de nervioso, ni siquiera durante las audiciones, ni siquiera alrededor de Samuel, así que vuelve al interior del salón vacío, sintiendo los pasos del otro bailarín justo tras los suyos y un murmullo del mal encarado músico quien se queda tras la puerta cerrada.

— ¿Pasa algo? — pregunta Luzuriaga tratando de mantenerse tan tranquilo como puede, pues todo el ambiente de suspenso le está poniendo igual de ansioso. — ¿Necesitas ayuda con algo?

El peliblanco niega, expresión confusa y labios presionados entre sí. — Es Samuel — explica en un susurro, finalmente soltando sus manos que se han puesto un poco rojas por la presión. —, sé que no es algo en lo que debería meterme, lo entiendo, seguramente él ni siquiera quiere que te cuente algo al respecto, pero no sé a quién acudir porque jamás había visto algo así y... — toma un suspiro, respiración agitada. — ... alguien le está haciendo algo malo.

Luzu frunce el ceño, parpadea un par de veces y le mira, los ojos llenos de lágrimas que parecen a punto de rodar por sus mejillas. — ¿Qué quieres decir?

— El otro día faltó a clases, después de la salida que tuvimos al bar de Fargan, pensé que había sido una coincidencia, pero hoy estaba algo extraño, estuvo todo el día con una postura muy rara y usualmente estira conmigo, pero no quería hacerlo, pensé que solo no quería hacerlo porque se sentía mal o algo así, pero tenía... — la sensación de ansiedad en el fondo del estómago le sube a la garganta como un nudo que no lo deja hablar del todo bien. — ... él... ¿has visto las marcas que tiene en las manos? — inquiere con un hilo de voz. — Las que tenía en la espalda eran parecidas a esas, pero muchas más, y eran recientes, no sé qué pensar o qué hacer, así que... yo... no sé cómo ayudar... y pensé que... perdón...

El castaño lo mira, algo desconcertado, sabe perfectamente lo que está sucediendo y no sabe cómo explicarle que es algo recurrente a este punto, Samuel no querrá ayuda, claro, pero tampoco quiere hacerle saber a Rubén todo aquello, que esto lleva sucediendo años, desde que se conocieron, de hecho, que él mismo le había ayudado a limpiarle las heridas desde que tenían ocho años, y que Samuel había sido la razón principal por la que había seguido un curso de enfermería a los quince años. Finalmente se le acerca, poniendo una reconfortante mano sobre su hombro y dedicándole una mirada compasiva.

— Yo me aseguraré de que esté bien, ¿vale? — propone con voz suave, intentando evitar que Rubén se eche a llorar. — No te preocupes mucho, si él quiere hablar al respecto contigo, lo hará, ¿está bien?

El peliblanco asiente, deja caer la mochila a sus pies y se inclina para buscar algo en ella, se levanta un momento después, con un envase en la mano que extiende hacia Borja. — Es... es una crema que... — agita suavemente la cabeza, intentando tranquilizarse, desde que había curado las manos del músico, solía llevar aquella crema en su mochila por si algún día volvía a pasar lo mismo. — él sabe que es...

Luzu la toma y sonríe quedamente, quizás Rubén no lo sabe aún, quizás ni siquiera Samuel, pero está claro que ese par se está enamorando. — Gracias, Rubius. — susurra. — Iré a verlo en un rato, ¿quieres venir?

— No creo que quiera verme. — admite, un poco más tranquilo, sonrisa triste y ojos brillantes por las lágrimas. — Pero, si no es mucha molestia, ¿me escribirías en cuánto lo veas?

El mayor asiente quedamente. — Claro...

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora