tres

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Se dejó caer sobre el suelo, las piernas le dolían a más no poder, y la pequeña coletita se había deshecho, el cabello blanco estaba pegado a su rostro, y tenía el rostro sonrojado cuando se miró al espejo.

- Bien... - le susurró a su reflejo. - estuvo bien...

Era mentira.

Rubén siempre trataba de hacerse creer a sí mismo que sus actuaciones estaban bien, aún cuando no fuese así, esta vez no había sido mejor que la anterior, o la anterior a esa, llevaba todo el día ensayando la misma coreografía una y otra vez, podía ver la luna a través del ventanal del estudio.

Volvió a mirarse al espejo mientras se desataba las zapatillas de ballet, sabía que lo había hecho terrible, pero se sentía extraño bailando, como si su cuerpo no fuera suyo, no sentía la música como debía de ser.

Recordaba la primera vez que había bailado, cuando era apenas un niño que ni siquiera sabía quién era Mozart o Beethoven, no conocía nada sobre las posiciones correctas ni de las zapatillas que debía usar, pero se había movido por instinto, como si naciera de él, y eso lo había hecho tan feliz.

Había nacido para bailar ballet, porque lo llevaba atado al alma, el ballet era suyo, no de sus padres, o de sus amigos, o de nadie más. Era suyo, enteramente.

Hasta que ya no.

De pronto los movimientos nacían por costumbre, porque se forzaba a hacerlos con precisión, por ver el orgullo en el rostro de las personas a su alrededor.

Se puso de pie, ya era tarde y tenía que apresurarse si quería alcanzar el último bus a casa. Salió apresuradamente del estudio, pero se detuvo un instante en el pasillo, escuchando una música que provenía desde algún sitio.

Debía irse, así comenzaban todas las películas de terror, pero por el contrario, caminó por el pasillo, con una mano sobre la pared, buscando la melodía en el aire.

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora