treinta y nueve

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— ¡Esto no es fácil! — se queja, mirándolo con el ceño fruncido. — Me voy a levantar, me veo ridículo.

— No, no. — insiste el peliblanco, riendo entre dientes. — Solo tienes que estirarte sobre tu pierna y tocar tu pie, no es la gran cosa, mira.

Rubén se estira sobre sus piernas estiradas, sujetando las plantas de sus pies con ambas manos y levantándose para mirar al chico frente a él. — No es la gran cosa.

— Estoy sorprendido. — admite, poniéndose de pie.

— Apenas dieciocho años y ya estás chocheando. — se ríe, sentándose con las piernas cruzadas. — Que vergüenza.

— Diecinueve. — corrige, volviendo a sentarse en el banquillo del piano. — Y yo no estoy chocheando, eres tú el que parece estar hecho de goma.

El peliblanco se pone de pie también, aun sonriendo, se apoya en el piano, con los ojos puestos sobre Samuel. — ¿Me enseñas?

— ¿El qué? — pregunta de vuelta.

— Algo, — responde con sencillez. — un par de notas, lo que sea.

Los ojos violetas escanean su expresión con algo de suspicacia, pero termina asintiendo, moviéndose lentamente en su asiento para que el bailarín se acomode a su lado, cosa que hace, con ambas manos por el regazo, esperando por instrucciones.

— Bien, — suspira el pelinegro. — tus dedos, aquí, aquí y aquí. — explica, tomando las pálidas manos y colocándolas sobre un par de teclas. — Primero estas tres y luego estas tres, como por... tres segundos, ¿entiendes?

— ¿Qué vamos a tocar? — inquiere, mirando las manos contrarias que se alejan para acomodarse en otras teclas.  — ¿Algo bonito? ¿Algo triste?

— Sh. — regaña, empujándolo suavemente. — Un... dos... tres...

Rubén presiona las teclas, con tanta suavidad que apenas se alcanzan a oír las notas, y Samuel se ríe. — ¿Qu-? No te rías.

— No vas a lastimarlo, ¿sabes? — se ríe, mirándolo de soslayo. — Déjame te ayudo. — el peliblanco contiene el aire en cuanto siente el brazo contrario rodear su cuerpo para ayudarle a presionar las teclas con más dureza. — ¿Ves? Está bien.

Por un momento Rubén piensa que lo hace a  propósito, pero en cuanto se atreve a mirarlo, con el fantasma de una sonrisa en los labios, descubre que no, que parece realmente interesado en mostrarle como tocar el piano.

— Vale, puedo hacerlo. — asegura, tratando de que no le tiemble la voz, porque Samuel huele tan bien, y el desordenado cabello negro sobre su frente lo hace parecer adorable.

— Bien... vamos de nuevo. — susurra el pelinegro de nuevo, devolviendo su brazo hasta soltar al contrario.

Algo más calmado, los dedos de Rubén se presionan sobre el piano, y las notas prácticamente flotan a su alrededor, emocionado por escuchar la suave música cuando Samuel empezó a tocar también.

I know... — canturrea el pelinegro en medio de la melodía. — you belong to somebody new... but tonight, you belong to me... — continúa, con una sonrisita boba arrastrada en los labios.

Y el auditorio es eso, una suave melodía, y la voz de Samuel ahogada en la vergüenza de que alguien lo escuche cantar.

— ... although we're apart... — continúa Rubén, descubriendo que reconoce la canción, sonriéndole de vuelta.  — you are a part of my heart... but tonight... you belong to me...

Samuel se ríe también, quedamente, sintiendo el suave empujón del bailarín en su hombro. — ¿Ves? — susurra entre la melodía. — Esto no es tan difícil.

Rubén le sonríe de vuelta, asintiendo suavemente.

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora