cuarenta y seis / siete

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cuarenta y seis

El sonido de su nombre siendo llamado ni siquiera se reconoció en sus oídos, estaba demasiado ocupado mirando sus movimientos en el espejo, así que fue necesario que una de sus compañeras le tocara el hombro para llamar su atención.

— Luzu, te buscan.

Raúl estaba de pie en la puerta, con el cabello desordenado y la guitarra en la espalda, la ropa que le quedaba grande el día anterior había sido reemplazada por una sudadera y unos vaqueros que Luzu si reconocía y, se dio cuenta, de pronto, de que la ropa había sido de Rubén, había pasado la noche con él, en su casa.

— ¿Pasó algo? — inquiere, tratando de ignorar el rápido latir de su corazón al ver la suave sonrisa en el rostro del menor.

— Quería verte — murmura, dejando que la correa del estuche se deslice por su hombro para colocar la guitarra en el suelo junto a él. —, ¿estás ocupado?

— Estoy calentando, tenemos un ensayo de la obra. — explica, evitando mirarlo a los ojos. — ¿Necesitabas algo más?

— El concurso — dice, buscando alguna vaga razón para que Luzu no lo eche de su salón, alguna razón para que lo deje estar junto a él unos minutos más. —, tenemos que elegir la canción y hacer la coreografía, ¿sabes?

— Vale, ¿te parece si nos vemos la semana que viene? — excusa el bailarín una vez más, pues solo tener que verlo le duele. — No puedo distraerme de la obra por ahora, así que si quieres puedes hacerme llegar una lista de canciones que sepas y a las que yo pueda hacer una coreografía está bien para mí.

No quiere irse, no quiere tener que dar la vuelta allí, frente a él, pero sabe que la forma en la que Luzu no puede mirarlo al rostro, la forma en la que parece esquivo ante él, es su culpa.

— Luz... — continúa, más vulnerable, más quedito, más Raul, quien se está empezando a enamorar de él.

— No puedo distraerme de la obra. — repite, un mantra al que aferrarse, un mantra que le permite no emocionarse por él, por sus ojos, por la forma tan dulce en que lo llama "Luz". — Podemos hablar luego, ahora no.

— Vale — asiente el más bajo con convicción. —, más tarde.

Hablarían más tarde, era cierto, pero por ahora, mientras la idea de un mundo en el que estaban juntos se disolvía en esas palabras, mientras no hablaran, a Raúl se le rompía el corazón también, mientras caminaba a paso lento lejos de allí, mientras presionaba las manos contra las mangas de su sudadera, mientras Luzu no lo detenía. El corazón se le rompía con cada paso, con cada segundo, con cada instante que estaba lejos de él, así que decidió que iría a buscar a aquel otro cuyo corazón anhelaba, de una manera distinta, claro.

Sabía dónde estaba porque le había contado cómo había conseguido ensayar en el auditorio por si solo, le había contado que tenía todo un escenario para danzar a gusto, aunque fuera miserable, aunque bailar no le trajera más alegría que un simple día nublado.

Pero eso, aunque era cruel y egoísta, era justo lo que Auron necesitaba por el momento, compartir su miseria con Rubén, necesitaba tomarle de la mano mientras se dejaban engullir por el infortunio que los abatía, ese que era la principal fuente de su relación.

Al abrir la puerta, con sumo cuidado, con una delicadeza que solo usaba para tocar canciones sobre su corazón roto, descubrió allí lo que parecía la escena de una escena de aquellas películas ochenteras que le gustaban, déjenme ser más específica, una película ochentera de comedia romántica que le gustaba.

Y al ver a Rubén bailando para Samuel, para su música, para su par de ojos violetas brillantes, no pudo evitar sentir que le estaban arrebatando a su único compañero, a su par más leal, aquel con el que compartía la desdicha y la miseria.

Rubén bailaba como no lo había visto hacía años, concentrado y con las piernas extendidas en ángulos perfectos que Auron siempre había admirado con especial devoción.

No estaba sumido en la misma miseria que él.

Auron no podía permitirse quedarse solo una vez más.

No sin Rubén.



cuarenta y siete

El corazón le latía a compases desiguales, saltándose un brinco más de una vez, él, siempre ordenado, siempre acompasado, siempre a tiempo, saltándose notas, saltándose latidos solo por un bailarín que le había devuelto a la música todo el sentido que había perdido por su madre, por sus profesores, por su supuesto "prodigio".

Estaba conteniendo el aire, lo sabía, los pulmones ardían por el esfuerzo de no poder respirar por más que lo necesitasen, por más que lo quisieran; pero Samuel estaba decidido a seguirle el paso a Rubén, estaba decidido que haría lo que fuera para que aquel bailarín tan talentoso siguiera bailando por el resto de la vida, para él, con él.

La idea le pareció estúpida, una basura sentimental sacada de lo profundo de su mente por la emoción, por la vigorosidad de su canción, por lo feliz que se sentía de que él, un simple músico sin pizca de gracia, pudiese escribir una canción que le estuviera mostrando algo tan bello, tan suyo.

Rubén lo miró al detenerse otra vez, súbitamente, con el pecho bajando y subiendo en respiraciones agitadas que demostraban lo emocionado que estaba también, tan feliz, tan absolutamente feliz que era extraño.

— ¡Es perfecto! — exclama, levantando las manos hasta su cabello blanco. — ¡Oh, tú eres perfecto!

El músico se pone de pie, haciendo una pequeña reverencia hacia él, como si acabase de interpretar aquella obra inconclusa ante un auditorio completo. — Gracias, gracias. — suspira, sonriente, dulce como siempre es. — Han sido años de práctica.

Por primera vez en su vida entera desde que había empezado, no pensó en el dolor de sus manos por los golpes, no pensó en los años de infinitos gritos, en la decepción en el rostro de su madre, pensó en él, en lo feliz que la música lo hacía, en lo feliz que se sentía, y toda aquella felicidad la encontró en el rostro del peliblanco, quien en dos zancadas, cruzó el escenario para abrazarlo.

Fue tan grácil, un abrazo suave pero firme, era más delgado que él, aunque un poco más alto, y sintió el calor de su cuerpo por el esfuerzo físico que suponía bailar con el cuerpo entero, pero no le importó, en lo más mínimo.

— Joder — suspiró una vez más al alejarse de su abrazo. —, joder, vamos a ganar, no tengo duda. — Samuel mantenía la sonrisa en los labios, cohibida tras el abrazo, tras haberlo tenido tan cerca. — Podría besarte, te lo juro.

"Anda" habría querido decir. ", por esta vez lo acepto, solo por hoy, solo porque lo has hecho genial", pero no pudo, no cuando:

— Preferiría no ver eso. — la voz llenó el auditorio como un balde de agua fría para Samuel. — Gracias.

Se sintió como si hubiese interrumpido un momento íntimo, de ellos, un momento que no debió haber sido espectáculo para nadie, menos para Auron, no cuando él los estaba mirando con una sonrisa burlona, no cuando sus ojos buscaron los suyos para dejarle saber que no le importaba en lo absoluto.

— ¿Viste lo bien que va el baile? — inquiere el peliblanco con una sonrisa ladeada, verdaderamente orgulloso de su capacidad para desenvolverse en el ballet así, como no lo había hecho hacía años. — Ha estado estupendo, ¿verdad?

Samuel supo que lo siguiente que saldría de su boca sería una mentira, quizás por la forma en la que Auron apartó la mirada antes de responder, quizás porque él siempre le hacía caso a sus instintos, quizás.

— Perfecto, me encantó.

Samuel lo quería lejos de él, de Luzu, pero en especial de Rubén.

Lejos.

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora