cincuenta y siete

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Le acompaña a su salón, caminando entre los bailarines de la academia, y siendo observado por un par de ellos, pues casi nunca está alrededor de allí, aún así, nada ni nadie le importa mucho mientras Rubén le cuenta sobre cómo siente que sus piruetas son un poco lentas últimamente.

— Yo creo que se ven bien — murmura, el peliblanco lo mira con curiosidad por un momento. —, aunque claro, a mí me gusta como bailas.

— Hoy quieres que te bese, ¿verdad? — le pregunta, medio en broma, Samuel contiene una risita mientras agita la cabeza. — ¿Nos vemos hoy después de clases para continuar ensayando?

— Claro — asiente, deteniéndose cuando Rubén lo hace. —, ¿nos encontramos en el auditorio?

— Me parece bien, guapo. — consiente el peliblanco. — Nos vemos.

Samuel se queda de pie un momento allí, mirándolo entrar al salón, y cuando finalmente está por retirarse, Luzu lo alcanza. — ¿Qué haces tú por aquí? Venir a visitarme no, eso es seguro. — casi puede echarse a reír en cuanto observa la expresión avergonzada del pelinegro. — Oh, ya veo...

— Déjalo. — pide con tono serio. — Me tengo que ir ya.

Luzuriaga ríe, sintiéndose feliz por su amigo, era bastante extraño verlo así de relajado, pidiendo ayuda para escapar de casa y después volviendo a media madrugada. — ¿Estás bien? ¿No te descubrió tu madre?

El pelinegro negó con la cabeza. — Todo bien, pero en verdad estoy apurado. — contesta, dedicándole una última sonrisa. — Nos vemos luego, Luzu.

.

No llegó al auditorio, así que Samuel fue a buscarlo, pensó que estaría en la sala de espejos, y así fue, habían otros cuantos chicos allí, pues aún no era hora de salir, solo que él había terminado su clase un poco antes.

Rubén estaba demasiado concentrado en sus movimientos como para mirarlo, así que Samuel decidió mirarlo mientras estiraba un momento, antes de empezar. Pierna izquierda sobre el suelo, pierna derecha estirada y brazos abiertos, dio varias piruetas con los brazos cruzados sobre el pecho, manos entrelazadas sobre el corazón, y, finalmente, al descansar la pierna derecha sobre las puntas de los dedos, un salto en el aire con las piernas abiertas.

Grand jeté. Así se llamaba ese salto, lo recordaba porque Rubén siempre lo murmuraba al finalizarlo, justo como ahora, y aunque Samuel lo miró con brillantes ojos violetas, el rostro del bailarín parecía decepcionado al verse al espejo.

Sus ojos se encontraron a través del reflejo, hacia él instintivamente, la decepción desapareciendo de su rostro en cuanto lo miró de frente. — ¿Voy tarde o tú vienes demasiado pronto?

— Yo estoy aquí demasiado pronto. — admite, dejando la mochila en el suelo. — Pero te espero, me gusta ver como bailas.

— Por favor, dime que no acabas de ver lo que hice. — pide en un susurro avergonzado, Samuel se ríe un momento antes de asentir. — Esta coreografía no me define como bailarín. — murmura, y aunque lo dice con tono de broma, en realidad parece ligeramente mortificado.

— Doblas, jamás he visto a nadie bailar como lo haces tú. — trata de consolar el pelinegro, pero el bailarín bufa.

— Ya, pero eso es porque te gusto. — bromea, a Samuel le toma un momento reírse, pero termina por hacerlo, pues no quiere incomodar a Rubén al dejarle saber que, en realidad, las cosas son así. — ¿Estiras conmigo? Luego podemos ir a ensayar.

— Eh... me encantaría, pero hoy no puedo estirar — dice. —, me puedo sentar cerca de ti si eso te hace sentir mejor.

Los estudiantes empiezan a retirarse mientras Rubén y Samuel se quedan allí, el pelinegro sentándose en el suelo junto al bailarín, mirándolo estirar. No sabe quién le ha hecho creer que no es lo suficientemente bueno, pero a sus ojos, jamás ha visto a alguien hacer ballet mejor que él.

— Si te sientas allí, solo a verme, me siento mal, estira conmigo. — pide, girándose para mirarlo de frente.

Samuel niega quedamente. — Dormí mal y la espalda me duele horrores. — explica con voz queda, Rubén le toma las manos para tirar de él.

— Estirar ayuda, De Luque, anda.

Tira un poco de sus manos, y el dolor en la espalda hace que Samuel presione los dientes con fuerza, mientras trata de tirar de sus propias manos hacia él, no quiere decirle a Rubén la verdad, y no sabe cómo detenerlo, así que mientras el peliblanco ríe, casi cayendo sobre su espalda mientras continúa tirando de las manos de Samuel, al músico se le ocurre una idea.

Cuando las manos de Rubén tiran de las suyas una vez más, Samuel se deja hacer, el dolor aún haciéndolo contener el aire y presionar los dientes, pero el movimiento hace que el bailarín caiga sobre su espalda, tirando del músico casi sobre él.

El pelinegro está levantado sobre sus antebrazos, mirándolo desde su posición sobre su rostro, la risa se borra del rostro contrario, mirándose a través del corto espacio que los separa, ¿qué mierda?

Rubén hace el primer y único movimiento, levantándose rápidamente para dedicarle un fugaz beso sobre los labios, casi tan imperceptible que se siente más como un roce que como un beso. Se miran allí por largo rato, sin saber realmente que hacer, y cuando el timbre suena, Samuel se separa del contrario, volviendo a sentarse en su posición, mejillas rojas y corazón latiendo frenético.

— Y-yo...

El peliblanco está sonriendo para cuando se sienta también. — Te dije que si te acercabas mucho, te besaba.

Samuel se echa a reír, ignorando el dolor en la espalda y enfocándose en lo calentito que se siente su pecho y sus mejillas. — Ya... — susurra. — ... ha sido mi culpa.

Rubén lo mira, y el pecho se le llena de una extraña mezcla de sensaciones, emoción y tranquilidad, como si el corazón no pudiese parar de correr en su pecho mientras observa el amanecer.

"Mierda" piensa para sí. ", ¿me gusta?"

En el fondo ya sabe la respuesta, pero se niega a aceptarla mientras continúa estirando.

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora