quince

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El comedor está lleno, y Rubius en realidad no quiere relacionarse con más personas de las necesarias, así que toma su bolso, y se retira escaleras arriba.

Se abre paso entre los rezagados que se han quedado por los pasillos, sin mucho animo de hacer nada.

Que gracioso funcionaba el gustar de alguien, y que gracioso funcionaba el desanimarse por eso mismo.

Ni siquiera sabía en que momento le había empezado a gustar Raúl, pero había pasado, paulatinamente, quizás uno no podía evitar gustar de alguien cuando pasaba tanto tiempo juntos, no podía evitarse cuando hablaban todo el tiempo y descubrían cosas bobas el uno del otro, como que Raúl no sabía más inglés que: "yes", "watafaka" y "death", o que se cubría la boca con el borde de sus sudaderas cuando se reían en clases.

Y, fuese como fuese, a Rubén le gustaba, aunque pareciera un cani y aunque fuese casi o igual de estúpido que él, ni siquiera le había importado verlo coquetear con quien se le cruzase enfrente, hombres y mujeres por igual, porque ahora era diferente, porque jamás lo había visto colado por alguien más de un par de días, y ahora estaba Luzuriaga.

Se encontró a si mismo frente al auditorio, así que abrió la puerta y se arrastró silenciosamente hasta una de las butacas, sentándose allí.

Tal y como lo pensó, Samuel estaba allí, sentado frente al inmenso piano, mirándolo con el ceño fruncido y farfullado cosas entre dientes.

Parecía enfurruñado, hasta que empezó a tocar, deslizando los dedos sobre las teclas blancas, formando una suave melodía.

- ¿Es tuya la canción? - inquiere desde su posición, y el pelinegro da un brinco en el asiento, llevándose una mano al pecho.

- Tienes que dejar de hacer eso, chaval, casi me has matado de un susto. - se queja, mirándolo desde su posición. - ¿Y cómo coño haces siempre para colarte aquí?

- Hay algo que se llama puerta, si quieres privacidad tendrías que cerrarla. - aconseja, mientras camina hacia el escenario. - ¿Sigues tocando? Me estaba gustando la canción.

- Mira, Rubén Doblas que estudia ballet, no me agradas, ¿bien? - empieza, girándose en el asiento para mirarlo con severidad. - Y yo sé que tampoco te agrado, ¿entonces que necesitas de mí?

- ¿Por qué piensas que no me agradas? - inquiere el peliblanco, mirándolo desde su posición en el borde del escenario. - Si hasta pienso que eres guapo.

- Eso no significa que te agrade. - discute Samuel, Rubius sonríe.

- Pero significa que quizás quiera besarte. - responde con soltura, el mayor entorna los ojos, bufando. - Anda, ¿no te sonrojas nunca? Creo que te verías muy lindo.

- No, y puedes irte ya, no quiero tener que soportarte, no hay suficiente espacio aquí para tú, tu ego y yo. - se queja, pero el peliblanco parece más que encantado con su respuesta, ¿qué demonios tenía que hacer para que de marchara?

- Mi ego y yo estamos chiquitos, tendrías que tratarnos mejor, somos sensibles. - continúa, haciendo un puchero.

Samuel no soportaba a los artistas excéntricos, no había duda.

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora