cuarenta y ocho

265 61 17
                                    

Samuel se ha ocultado tras el gran piano una vez más, tecleando un par de notas sin mucho orden, en realidad no quiere pensar en más música, más canciones, pero quiere seguir tocando esa canción inconclusa para Rubén, para que continúe bailando, y aunque el bailarín también lo quería, no se sentía del todo cómodo con Auron ahí. Era una sensación extraña, puesto que desde hacía años no confiaba en nadie más que su mejor amigo, pero ahora, en ese instante, sentía que aquella canción y esa coreografía debían ser solo para Samuel y él.

— ¿Qué tal si califico vuestra presentación? — propone, ladeando una sonrisa. — Solo vi una parte, me da curiosidad ver el resto.

Rubén no sabía cómo negarse, no sabía cómo explicarle que no quería que viese aquello que ya consideraba tan sagrado para él, pero no tuvo que hacerlo, pues Samuel levantó la cabeza tras el piano, con una mirada seria y sentenció un: "No", que casi hace reír a Rubén.

— Mi compañero es reservado — trata de excusar el peliblanco. —, lo que tiene de guapo lo tiene de amargado, discúlpalo.

El pianista se sonrojó tras el piano y se permitió sonreír, estaba siendo un tonto, ilusionándose tan rápido del peliblanco que le hacía latir el corazón con un simple cumplido que ni siquiera le había hecho directamente.

Auron no supo porqué, pero el comentario no le gustó para nada, así que se limitó a hacer una mueca de desagrado antes de dirigirse al pelinegro. — Yo no te agrado, ¿verdad?

La voz no titubeó en lo más mínimo. — No.

Esta vez Rubén no pudo aguantar la risa, pero a Auron no le pareció tan divertido, quizás era culpa de él que Luzu no le quisiera hablar, era culpa suya que Rubén fuese a dejarlo, era culpa suya que su vida se estuviese yendo a la mierda.

— Bueno, eso es honesto.

— Lo soy, ¿puedes irte ya? Necesitamos seguir practicando.

El peliblanco parecía divertido, Samuel siempre tenía ese deje de fastidio en la voz y realmente ya no le molestaba, a Raúl, por otra parte, le molestaba tanto que casi podía imaginarse golpeando a ese presumido pedazo de mierda, pero no pensaba darle más poder del que creía tener.

Samuel de Luque no era nada para Rubén, y quizás necesitaba saberlo ya.

— De hecho, vine a recoger a Rubius — explica con una sonrisa engreída. —, pensé que ya se quería ir.

— Eh... creo que no — murmura. —, tenemos que continuar con la canción y la coreografía está algo desordenada.

Auron parece más serio de lo normal, pero supone que es por Luzu, él no tiene nada que ver con su humor de perro de los últimos días, él no tiene que ver con su ceño fruncido y su estúpido gesto de irritación. Y quiere quedarse allí, con Samuel, con su risa fácil, con sus manos ligeras, con sus ojos violetas llenos de admiración... porque nadie jamás lo ha admirado así, ni siquiera cuando bailaba tan bien antes, ni siquiera Auron...

— Rubius — llama su amigo, su mejor amigo, pero en sus ojos no encuentra la admiración, y en su voz no encuentra el calor y... —, por favor...

Pero él sí tiene ese admiración al mirar a Raúl, Rubén tiene esa maldita voz suave y melódica al hablarle, Rubén tiene ese maldito crush atado al fondo del estómago, ese que lo sujeta como un ancla a él, a sus pasos, a sus deseos, a pesar de que todo ello vaya contra él. Quizás solo necesitaba amarlo, aunque Raúl no lo amara de vuelta, quizás... quizás si lo amaba así, quizás algún día Auron lo amaría de vuelta, así que asintió.

— Vale. — dice con un suave asentimiento de cabeza, mirando a Samuel detrás del piano con ojos tristes, apenados, porque aunque quisiera negarse a ir con Raúl, no hay forma en la que su corazón permitiera ello. — ¿Nos vemos mañana?

Samuel asiente, sin sonrisa, sin ojos brillantes, sin mover las manos.

Raúl le mira, con aquella sonrisa socarrona y esa superioridad que le llena el pecho, esa que dice: "Así es como son las cosas, él no te pertenece...", y sabe que tiene razón, a pesar de todo, a pesar de lo dulce que se siente el aire al estar juntos, a pesar de que su corazón corre a mil por hora cuando están solos.

Los ve marcharse, y Samuel quiere detenerlos, pedirle a Rubén que no se vaya, que se dé cuenta de lo que está sucediendo, quiere implorarle que, por favor, se quede allí, a mirarlo a él, a escuchar sus canciones, a hacer que su miseria desaparezca juntos, pero, en su lugar, toca las notas tristes del piano, una tras otra, y encuentra en ellas el dolor de sus manos.

El dolor de sus manos y las lágrimas en sus mejillas.

m i s e r y -rubegetta-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora