3. ESPRESSO

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—Cierre la puerta —indica el Sr. Black con esa voz baja, pareciera que susurra en lugar de hablar, miro a Kennedy #2 para saber si le habla a ella o a mí—, y siéntense.

Ok, creo que me habla a mí.

La Kennedy #2 sale de la oficina con gesto solemne, cierro la puerta intentando no hacer ningún ruido, por algún motivo, el silencio y la voz tan suave de, mi ahora jefe, me hace querer que nada rompa la armonía y tranquilidad que hay en su oficina.

Camino hasta la cómoda silla frente a su escritorio y me siento, él no me ha mirado, no ha despegado sus ojos de la pantalla de su ordenador mientras teclea a toda velocidad.

Lo miro, muda como estoy, parpadeando como tonta. ¿Es acaso un ángel? Creo que nunca había visto a un hombre tan atractivo. Su piel es de un blanco pálido, como si nunca hubiera estado al sol del medio día. ¿Puede ser un vampiro?

Tal vez por eso la confidencialidad.

No quieren que nadie sepa que le chupa la sangre a las demás personas para mantenerse suculento. Yo me dejaría chupar lo que sea por él. Lo. Que. Sea.

Sus dedos son muy largos, sus manos finas y estilizadas, cuidadas mucho más que las mías, pero claro, el es un gringo pudiente. El cabello negro va pulcramente peinado hacia atrás, sus rostro anguloso y afilado tiene una expresión seria y concentrada.

De un segundo a otro, separa la vista del ordenador y me mira. Me atraganto con mi saliva, sus ojos son oscuros y profundos, inquietantes, bajo dos cejas perfectamente acomodadas y con un contorno envidiable. Se las depila mejor que yo.

Involuntariamente mis manos se mueven a mis cejas para cepillarlas y asegurarme que no parecen patas de araña. El Sr. Black me observa con gesto inescrutable, ni una sola expresión en ese rostro que parece esculpido por querubines.

—Si está aquí, supongo que tiene disponibilidad de horario para este trabajo, si no es así, dígalo ahora y evíteme perder mi tiempo. —Observo hipnotizada el movimiento de sus labios delgados.

¿Cómo puede hablar de esa manera?

Su voz es irreal, casi inaudible, pero se entiende perfecto lo que dice.

—Lo tengo —susurro, de nuevo no quiero romper la quietud y silencio que nos aplasta.

—Perfecto —dice poniéndose de pie.

Me quedo impresionada de ver lo alto que es, sus piernas son larguísimas. Es un hombre delgado y se para completamente erguido, imponiendo elegancia y sofisticación.

Suspiro.

Camina hacia la puerta en pocos pasos y la abre, sale dejándome ahí sentada y con mi cara de no saber que hacer ahora. Dos segundos después aparece de nuevo y me mira, otra vez con ese rostro etéreo, desprovisto de expresiones.

—¿Piensa quedarse todo el día sentada? ¿O vino a trabajar?

—¿Voy con usted? —pregunto confundida. Él enarca levemente una ceja.

Ok, creo que sí debo ir con él. Caray, por lo menos podría decirme lo que tengo que hacer, no voy a adivinarle el pensamiento. Me pongo de pie rápidamente y le sigo fuera de la habitación.

Camino a su lado, un paso detrás de él. Extiende una mano en mi dirección con la palma abierta, se la tomo inmediatamente y le doy un fuerte apretón para presentarme.

—Candy Ruiz —digo animada, él clava la vista en nuestras manos y después en mis ojos, lo que me hace soltarlo.

—¿Dónde está mi café? —pregunta con educación, sin embargo, ese gesto serio lo hace ver cómo un reproche.

—Ehhh... —murmuro—, no sabía que quería un café, Sr. Black.

Un ligero tic hace a su labio levantarse casi imperceptible.

—Debe tener siempre a la mano mi café, espresso y muy caliente —indica, extrae un pañuelo del bolsillo de su saco y se limpia la mano.

Que imbécil.

Podrá ser un papacito, pero es un payaso.

—Entendido Sr. Black —respondo mordiéndome la lengua, para no decirle que es un grosero por hacer eso.

Sigue avanzando sin decir nada, hasta toparnos con una puerta marrón, de la cual salen esos sonidos amortiguados e ininteligibles. Coloca una mano en la puerta y antes de abrir me mira de nuevo.

—¿Dónde está mi café? —pregunta de nuevo, yo parpadeo perpleja.

—¿Quiere un café ahora?

No responde, solo parpadea.

—¿Dónde lo consigo?

Sigue mudo, pero un movimiento rápido de sus ojos hacia la puerta de la oficina de Kennedy #2 me da a entender la respuesta.

—En un momento se lo traigo —aseguro, me doy la vuelta para ir a la oficina y preguntar dónde conseguir el café para mi jefe.

—Kennedy —dice con esa voz de murmullo—, no te tardes.

—Me llamo Candy —corrijo.

No responde de nuevo.

Avanzo rápido hacia la oficina e ingreso en ella, la Kennedy #2 levanta la vista y una ceja, sin que yo diga nada, señala un punto en la esquina. Una mesita para café. Corro hacia ella buscando el vaso y la forma de encender el aparato.

—El Sr. Black solo toma espresso.

—Ya me lo dijo. —Muevo el aparato por todos lados, examinándolo, no sé cómo funciona esta cafetera.

La Kennedy #2 se levanta de su silla y camina hacia mí contoneando la cadera, toma una cápsula de las que hay en una rejilla y la coloca en un compartimento, después llena un depósito de agua y por último deja un vaso pequeñín donde comienza a caer el café después de unos segundos.

Esta tecnología de ahora.

—¿Entendiste como se usa?

Asiento, soy pendeja, pero no tanto.

—Ya te tardaste más de lo que el Sr. Black tolera —dice viendo su reloj—, debes tener el café siempre listo y caliente.

—¿Pero cómo voy a saber cuándo quiere café? —cuestiono incrédula, no pretenderá que haga una taza de café cada diez minutos.

—Toma uno cada dos horas aproximadamente, debes estar pendiente. También hay botellas de agua, solo toma agua pura de manantial y de botellas selladas. —Señala el frigobar debajo de la mesa del café donde hay varias hileras de botellas azules—. Vete ya —ordena.

Tomo la taza de café y una servilleta, corro de nuevo al pasillo, pero el Sr. Black ya no está. Miro las puertas intentando recordar en cuál fue que nos detuvimos. La marrón. Giro el pomo de la puerta, en cuanto la abro, los sonidos amortiguados que había percibido antes se hacen completamente perceptibles.

Gemidos.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora