11. TYLENOL

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Cuando por fin llego a mi casa después de dejar al jefe en su pent-house pijo en el edificio pijo donde vive, ya pasa de la una de la mañana. Al entrar al departamento lo primero que escucho son gemidos.

Malditos gemidos.

Y yo ya no quiero escuchar gemidos, hoy tuve una sobredosis de gemidos en el trabajo y ya no quiero más.

Avanzo por la mini estancia y voy recogiendo el tiradero de Chema, no me gusta ver el desorden y él es como un cochinito en un chiquero. Doblo adecuadamente su uniforme de mesero y lo dejo sobre el brazo del mueble y luego recojo el uniforme de una mujer.

Es una minifalda gris, camisa blanca con una pañoleta a manera de corbatín. La tela es bonita y suavecita, huele a un sutil perfume de frutas. La doblo también y la coloco sobre la de Chema para que la dichosa afortunada que está en su cama metida esta noche, no tenga problema con encontrarla mañana.

Tener que ver a las amiguitas de Chema en pelotas buscando su ropa por todo el departamento, no es divertido.

Me tiro en mi cama exhausta. Creo que estoy aún más cansada que cuando hice la travesía de viajar de mi pueblo a la ciudad de México y de ahí a Nueva York. Quiero dormir, pero también me mata la curiosidad por saber más de mi jefe.

Decido darle otro vistazo a la tableta, comienzo por su agenda revisando todas las citas que tiene programadas en los siguientes quince días. Hay varios con grabación, por lo que desde ya sé, que tendré oportunidad para volver a tocarlo.

Sonrío por ello.

Lo que me hace rumiar es que todos los días tiene cenas con mujeres distintas, de verdad que mi jefe tiene problemas de promiscuidad, no sabe mantener el pito dentro de los pantalones y quieto. Ni que se le fuera a descomponer por desuso.

Detallo que todas y cada una de sus citas hayan entregado análisis médicos, buscando la más mínima cosita para cancelarles la cita. Sin embargo, no encuentro ningún motivo para hacerlo, y eso lo único que provoca es que me moleste más.

Opto por dejarlo de una vez, para cuándo apago la tableta son casi las tres de la mañana. Gimoteo dándome cuenta que solo voy a poder dormir tres horas, debo estar en la oficina a las siete de la mañana en punto. Y Gimoteo aún más al recordar que no tengo que ponerme.

Literal, no tengo que ponerme, la poca ropa que tengo no la he lavado. Con todo el dolor de mi corazón me levanto de nuevo para encender la lavadora mientras aquellos finalmente dejan la sinfonía de golpeteos en la pared y gemidos.

Meto toda mi ropa junta, no me interesa por ahora separar las prendas delicadas, la ropa interior y la de colores oscuros, tengo sueño y quiero tirarme en la cama. Decido también meter el uniforme de Chema para aprovechar el ciclo completo y no desperdiciar detergente, e incluso arrojo también el uniforme de la amiguita.

Mientras espero que la lavadora termine el ciclo de lavado y continúe el de secado me recuesto otra vez, pestañeando pesadamente hasta que mis ojos se cierran por completo.

✤ ✤ ✤

Despierto sobresaltada por el incesante sonido de mi móvil, aún es de noche y me preocupa que sea alguna urgencia de mis padres, papá no ha estado muy bien de salud últimamente. Lo encuentro entre el enredadero de sábanas y respondo sin siquiera verificar quien es.

—Si diga —respondo en español, del otro lado hay un segundo de silencio—, diga —repito.

—Kennedy —pronuncia la voz de mi jefe, veo en la pantalla su número, tallando me los ojos con una mano para aclararme la vista—, ¿por qué no respondía?

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora