10. POLIISOPROPENO

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Voy rumiando mi disgusto todo el camino hasta llegar al hotel de la pelirroja. Esa mujer no sé si es una persona o un pulpo, va enrollada en mi jefe, atrapándolo con sus tentáculos y el pobre no se puede liberar. La odio a ella y a sus labios que parecen querer matarlo de asfixia.

Se despegan para bajar del auto, el jefe dirige una mirada hacia nosotros para indicarnos que ya nos podemos ir y entonces Roney pone el auto en movimiento de nuevo. Me molesto aún más mientras nos alejamos, quizá debería ir a rescatar a mi jefe de esa mujer.

—¿En donde vives? —pregunta el conductor con gesto amable, me agrada el hombre.

—En Soho, está algo retirado de aquí.

—Sí que lo está —dice alzando las cejas, estamos en la zona nice de Nueva York y yo vivo en la zona que no lo es.

Mientras avanzamos me platica de su trabajo. Hace cuatro años que comenzó a trabajar para el Sr. Black, por recomendación de su anterior chofer. Me cuenta que es de Puerto Rico, pero emigró hace muchos años a Estados Unidos junto con su madre.

Yo le platico a él un poco de mi vida, que mi madre es secretaria en una institución gubernamental y mi padre trabaja en una bodega de carga. Realmente no hay mucho que platicar de mi vida, no he hecho nada interesante ni aventurero fuera de venir a Estados Unidos.

Estudié la preparatoria, pero no pude estudiar la universidad porque en mi pueblo no hay universidades y mis padres no se podían permitir pagarme un hospedaje en otra ciudad, por lo que comencé a trabajar en empleos informales.

He tenido algunos novios pero nada serio, salvo el último, que fue con el que perdí mi virginidad hace dos años, pero el muy imbécil me puso el cuerno con una chica del pueblo contiguo y lo mandé a volar. Lo cierto es que me dolió, no estaba enamorada, pero según nuestra relación era formal.

Ya casi para llegar a Soho, escucho mi móvil sonar, lo extraigo y veo un número que no reconozco, por lo que no sé si tomar la llamada o no, no tengo amigos en Nueva York a parte de Chema y los números de los trabajos a los que me he presentado los tengo registrados.

—Es el Sr. Black —informa Roney mirando de reojo mi teléfono—, ese es su número.

¿Cómo es que tiene mi número si nunca me lo pidió?

Yo no tengo el suyo, o bueno, no lo tenía.

—Contéstale —indica. Salgo de mi asombro temporal y tomo la llamada.

—Dígame señor —respondo.

—Kennedy, no trajo lo necesario.

Pero, ¿qué carajos es lo necesario que siempre me lo pide?

—Disculpe Sr. Black, pero no sé que es lo necesario —me excuso.

—No tengo preservativos —explica.

¿De verdad? ¿Eso es lo necesario que siempre me pide? ¿Preservativos para ir a coger?

Maldito hombre sensual y delicioso, pito fácil.

—Señor, usted es alérgico al látex. —No sé si se le olvidó o qué—, no puede usar preservativos —susurro para que Roney no me escuche, aunque él ya debe saber lo que está haciendo mi jefe.

—Kennedy, vaya a una farmacia o mini market, pida preservativos de poliisopropeno y me los trae lo más pronto posible.

—Preservativos de poliisopropeno, entendido, a sus órdenes Sr. Black.

Cuelga sin dejarme decir nada más.

—¿Podemos ir a una farmacia o mini market? —pido a Roney un tanto avergonzada, no debería, los preservativos no son para mí, sin embargo, me da pena que sepa que voy a comprarlos para el jefe.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora