41. JODIDAMENTE ENOJADO

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Tardamos poco más de una hora en salir de la suite, a pesar de saber que tenemos trabajo que hacer, no pudimos resistirnos a un rapidín con la ropa puesta, es que mi jefecito se ve suculento cuando viste completamente formal.

Esta vez yo me aproveché de él, porque en cuanto lo vi no pude evitar saltarle encima y montarlo en el sofá de la estancia subiendo mi falda hasta mi cintura y el pobre no pudo defenderse y se vio obligado a dejarse hacer. Pero ahora, vamos caminando por el pasillo hacia las escaleras, ambos en nuestro papel de jefe y asistente.

—¿Por qué nunca usa el elevador? —interrogo, he tenido esa curiosidad desde que lo saqué de la habitación de hotel mi primer día de trabajo.

—No me gustan… —Hace una pausa y reajusta el nudo de la corbata que tiene que volver a hacerle después de follarlo—. A veces me dan ataques de ansiedad.

—¿Ataques de ansiedad? ¿Les tiene miedo?

—No es miedo, solo no me gustan.

Oh, que les tiene miedo, dice.

—¿Por qué? ¿Hay algún motivo?

Asiente rígido y comenzamos a bajar las escaleras.

—¿Me va a contar o estoy siendo entrometida?

Resopla.

—Cuando era niño me gustaba mucho jugar en el elevador de la oficina de mi padre, en ese entonces no teníamos un edificio, solo era una oficina, con un anexo donde se grababa, en un gran bloque de oficinas.

» Subía y bajaba en el elevador toda la tarde después del colegio mientras mis padres trabajaban. Un día hubo un cortocircuito en la instalación eléctrica y todo el edificio se quedó sin corriente.

—Adivino —interrumpo—, se quedó atrapado dentro del elevador.

El jefe asiente.

—Durante horas —sisea—. Los bomberos intentaban abrir las puertas sin dañar la cabina, porque el dueño del edificio no quería que sufrieran daño alguno las instalaciones.

—¡Qué idiota! ¡Había un niño atrapado! —exclamo con indignación, no me quiero imaginar a mi jefecito precioso siendo un niño asustado, dentro de un elevador oscuro.

—Dijo que me lo merecía por jugar en el elevador y mi padre estuvo de acuerdo. Desde ese entonces no los uso, prefiero las escaleras.

—Es comprensible. El día del cocktail de Summers subimos en el elevador a la terraza —señalo.

—Sí —responde rígido—. Mandy sabe lo que me estresan y cada vez que nos vemos me obliga a usarlos, dice que debo superarlo.

—¿Por eso lo abrazó mientras subíamos?

—Sí, es su forma de darme confianza, según ella.

—¿Y por qué no va al psicólogo para tomar una terapia y superarlo?

—No necesito una terapia, simplemente uso las escaleras —dice tajante.

Suspiro, es tan cabezón. Pero no discuto por eso, porque ahora me ha regresado a la cabeza Mandy y lo cariñosa que es con mi jefe y él con ella.

—¿Entre Mandy y usted hay algo más que amistad? Me parece que son muy cercanos.

—Lo somos, nos conocemos desde siempre y si pregunta si hemos follado, sí, lo hemos hecho, pero no tenemos una relación sentimental, ella es una buena amiga.

—¿De verdad no tiene una amiga a la que no se haya follado?

—No la tengo —asegura—. ¿Usted tiene amigos con los que no haya follado?

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora