38. ENVOLVER

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Si estoy soñando no quiero que nadie me despierte.

Pero sé que no lo estoy haciendo cuando siento que me quedo sin aire por el beso demandante del Sr. Black. ¡Dios! Es como un aspiradora que me roba todo el oxígeno. Quiero detenerlo, porque me juré a mi misma no ser una más, pero a la vez no quiero porque, ¡joder! Es el mejor maldito beso que me han dado en mi vida.

De pronto estoy enredada en su cuerpo, no sé en qué momento me levantó y enredé mis piernas en su cintura, pero me importa un coño mientras soy dirigida a su habitación y sus manos sostienen mi trasero. Sigo en shock y sin poder creer que está sucediendo cuando me recuesta en la cama, su peso aplastándome contra el colchón y su aliento poniéndome más pendeja de lo que ya estoy.

—Candy, aún tengo la ropa puesta —murmura en un tono juguetón que me hace tener una contracción en la vagina.

—Se ve atractivo de traje —respondo sin pensar, mis manos ni siquiera quieren soltar su cabello para dirigirse a los botones de su saco, lo he desnudado tantas veces y justo ahora que debo hacerlo para tenerlo a mi disposición, mi cuerpo no reacciona.

El Sr. Black sonríe de lado, mis malditas bragas deciden que están de más y que me estorban demasiado.

—¿Entonces me la dejo puesta?

—No —gimoteo—, se ve mejor desnudo.

Se sienta en la cama y tira de mi brazo para sentirme también, sus manos toman las mías y las lleva hacia su corbata, para que deshaga el nudo. Comienzo a desabotonar la camisa blanca, su nuez de Adán sube y baja cuando pasa saliva y es algo tan jodidamente sexy que gimo solo por esa acción. Los dedos me tiembla  más aún que la primera vez que tuve que desvestirlo y eso lo nota.

—Tranquila —susurra, su expresión es compleja y no puedo descifrarla, por un lado creo que le divierte ver mi grado de nervios y por otro me parece percibir ternura.

—No sé lo que estoy haciendo —admito, mi cabeza no deja de darle vueltas a las cosas, a todo lo que ha pasado en tan solo diez días que tengo de conocerlo.

Su semblante cambia en una fracción de segundo, pasa a ser algo frío y distante.

—No quiero que se sienta obligada, Candy. —Retira mis manos de su ropa y las deja sobre mi regazo—. Creí que también quería hacerlo.

—Sí quiero, pero…

Arquea un ceja, me siento tan tonta por estar de indecisa justo en este momento.

—Pero…

—¡Mierda! —lloriqueo y me tiro en la cama, él me mira desde su lugar, sentado a la orilla—. Desde que comencé a trabajar para usted he fantaseado tantas cosas, unas muy, muy sucias —confieso, él sonríe—, y me sentí indignada que no quisiera follarme a mí como a todas sus asistentes, porque eso parecía.

» Pero a la vez no quería hacerlo porque trataba de mantener mi dignidad intacta, no sería una más en la larga lista de asistentes de Montgomery Black, y quería que fuera por mi decisión, no por la suya.

» Pero aún así seguí fantaseando tantas cosas, poniéndome en conflicto conmigo misma y con usted, porque definitivamente quiero follarlo hasta que mi nombre se le quede grabado por siempre y por otro lado quiero irme con mi dignidad íntegra —finalizo y aguardo por su respuesta, la cual le toma varios segundos.

Carraspea antes de hablar.

—De todo lo que dijo lo de las fantasías sucias fue lo que más me llamó la atención —comenta haciendo que resople y me ría de su cinismo—. No quiero que se vaya, Candy, no quiero que sea la asistente de Jayden.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora