52. GRINGO Y MEXICANA

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Lo amo.

Lo amo.

Lo amo.

Lo amo a todas horas del día. Lo amo cuando me folla y me dice cosas sucias. Lo amo cuando me acaricia y me abraza para dormir. Lo amo incluso cuando es un amargado, insensible y mandón. Amo sus espasmos de cólico y sus sonrisas genuinas. Amo sus miradas lascivas y si manos juguetonas y atrevidas. Y también lo amo cuando baila descoordinado y tieso.

Pero lo amo más cuando intenta hablar español, como ahora.

—No, señor, pronuncie la erre fuerte —lo corrijo por décima vez—. Ruiz —digo haciendo mucho énfasis en la erre.

—Rouis —repite con ere, y yo palmeo mi frente.

—Viejito terco —pronuncio en español.

El Sr. Black enarca una ceja.

—No soy viejo —refuta.

Pero si terco como una mula.

—Hábleme en inglés —exige, su mano impacta mi glúteo y luego lo apretuja—, no confío en lo que pueda decir en español.

Me río.

¿No entiende si le digo que me encanta su verga?

Sus comisuras se elevan.

—Esa palabra sí la entiendo.

Me encanta chupársela después de haberme dado una buena cogida.

Parpadea. Creo que no entendió.

—Repítalo.

—Perdió su oportunidad, señor. —Me río—. Pero ahora le haré un piropo.

Carraspeo.

—Carajo, dichosos los ojos papito chulo, si ando estirando la mano, encojo el codo y me lo chingo todo, sin pedos príncipe.

—¿Qué?

Suelto una carcajada, debería aclararle lo que dije, pero en lugar de eso, continúo:

¿Sabía que soy maga? Présteme su manguera y se la convierto en espada.

—Candy, pare. Dígame qué dijo —exige.

—Le pedí a la vida que me pasaran cosas bonitas, ¿Y qué más bonito que me pases tus huevos por la cara?

—¿Mis huevos? —pregunta en su español ridículo.

Quisiera ser vampira, para que me entierres tu estaca hasta el fondo. —Mi mano se posa en su miembro y lo acaricio—. O mejor tazón de cereal, para que me llenes de leche.

—¡Basta! —gruñe—, dígame ahora mismo que dijo, habla muy rápido.

Sigo riéndome.

—Le dije puras cositas románticas, que lo quiero. —Jugueteo con su nariz y le doy un besito—. Debemos levantarnos o perderemos el vuelo.

Me deshago de su agarre y trato de levantarme, pero atrapa mi brazo y me jala de nuevo a la cama, para subir encima de mí e impedirme  ponerme de pie

—Candy, si no me dice que dijo, le haré cosquillas —amenaza, sus dedos comienza a acariciar mis costillas y yo respingo.

—No, cosquillas no —replico y me remuevo, intentando huir de su mano.

—Entonces dígame.

—Dije que quiero ser veterinaria para cuidarle el pajarito. —Me río nerviosa, sus dedos no se detienen.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora