30. FANTASÍA

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Oh mierda.

Mierda.

Mierda.

Mierda.

Ni siquiera puedo comprender todo lo que exclaman a mi alrededor. Ni siquiera quiero abrir lo ojos y ver lo que está sucediendo a mi alrededor. Pero lo hago al sentir un empujón que me manda de espaldas contra el piso y suelto la copa que termina de romperse.

Hay muchas personas conglomeradas a nuestro alrededor, unas intentando levantar a Mandy y otras a mi jefe. Un par de manos me toman por las axilas y me alzan, veo el rostro de Vlady, preocupado, examinándome.

—¿Estás bien? —cuestiona, voy a responder cuando un gruñido me enmudece.

—¡Candy!

Aprieto los ojos para no ver la cara de mi jefe.

—Lo siento, señor —me excuso de inmediato—. Señorita Mandy, lo lamento mucho.

Ella me mira con algo de compasión, pero también con un deje de molestia y no puedo culparla, la he hecho pasar una vergüenza horrible.

—¿Y esta es la asistente que te ha durado ya una semana? —se burla Herbert.

Mi barbilla tiembla.

—Inexplicablemente sí —sisea el jefe.

—Señor, el canapé tenía cangrejo y nuez, solo intentaba evitar que sufriera una reacción alérgica.

Extiendo mi mano que mantengo apretada en un puño, pero el canapé ya no está ahí, solo una mancha de lo que era. Entonces veo el saco del traje de mi jefe, embarrado de mousse de cangrejo y crema de nuez.

Oh mierda.

Esto no.

Las risas alrededor no mejoran mi la situación.

—¡Oh, jovencita! Por supuesto que yo no permitiría que Monty ingiriera algo que le provocara una reacción anafiláctica, eran canapés especialmente elaborados para él —explica Irina, en su rostro veo también compasión, porque sabe que estoy apunto de ser fusilada en el paredón.

A la madre, ahora sí la cagué muy, excesivamente, demasiado cagada y embarrada.

—No se preocupe, ya lo limpio. —Tomo una servilleta de tela de una de las mesas y me agacho a tratar de quitar los restos del canapé. Sin embargo, la mano de mi jefe me la arrebata.

—No es necesario —grazna.

Ay, está muy enojado.

—Querido, fue un accidente —opina Mandy—. Ella pensó que te haría daño, solo intentaba evitarlo.

—¿No pudo simplemente decirme que no lo comiera?

Bueno, podría haberlo hecho, pero se supone que tenía los labios sellados.

—Usted me prohibió hablar para no avergonzarlo —suelto desesperada por defenderme, pero las risas que resuenan me indican que he empeorado la situación y el gesto de mi jefe también.

Ay, no.

El Sr. Black toma mi brazo y me arrastra hacia la salida de la terraza. Me empuja al interior del elevador y con una expresión colérica, poco digna de él, me señala con el dedo.

—Es… la peor asistente que he tenido en mi maldita vida, dígale a Roney que la lleve a su casa y aléjese de mí.

Presiona un botón en la puerta del elevador y este se cierra. Mis ojos, que ya estaban llenos de lágrimas contenidas, no pueden seguir reteniéndolas más. Sollozo abrazando mi cuerpo mientras el elevador desciende, no lo dijo, pero es más que evidente que me acaban de despedir.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora