16. CITAS

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Después del casting el jefe debe supervisar más grabaciones, en estas si lo puedo acompañar porque no tengo que verlo a él follando. No es lo mismo ver a desconocidos que a mi jefe con el cuál paso pegada más de doce horas al día.

Resulta que de las cuatro personas que están en la grabación a uno ya lo conozco, musculitos está aquí hoy también. Me saluda con un levantamiento de cejas y yo le correspondo con una sonrisa, una chica coloca aceite sobre su torso haciendo ver sus músculos brillantes y apetecibles.

—¿Cómo va tu segundo día de trabajo? —pregunta muy cerca de mí, es alto, no tanto como mi jefe, pero si lo suficiente para tener que mirarlo hacia arriba—. ¿Ya te enamoraste de Monty como todas?

Que me recuerde lo de todas las asistentes me hace rumiar mi cabreo por ser discriminada.

—Lamento decepcionarte y dejar en mal tu teoría de que me voy a enamorar de mi jefe, yo vengo a trabajar.

Musculitos sonríe.

—¿Candy, cierto?

Asiento.

—¿Tú te llamas Vlady, verdad?

—Si, es mi nombre artístico.

—Artístico en este medio —agrego—, para no revelar tu identidad, lo cuál se me hace hilarante si todos pueden ver tu rostro.

—Todos en este medio usamos un seudónimo, nadie utiliza su nombre real, ni siquiera Monty.

—¿Ah, no? ¿Y cuál es el seudónimo de mi jefe?

—Mmm —murmura—, podría contarte muchas cosas si me aceptas salir a cenar, esta noche.

¿Qué?

¿Acaba de decir lo que escuché?

—¿Me estás invitando a salir? ¿En una cita? —pregunto para confirmar, no quiero verme igual de payasa que con mi jefe.

—Sí, eres una chica linda, diferente a las que se ven por aquí.

Mis mejillas se calientan.

Musculitos no es feo. No se compara con mi jefe, pero tiene lo suyo, sus ojos son verde oscuros, sus músculos llaman demasiado la atención, no es especialmente atractivo pero está pitudo y eso compensa.

—Candy —llama el Sr. Black en un tono nada normal en él.

—Espera, ya vuelvo —digo a musculitos y me giro para ir a dónde mi jefe—. A sus órdenes, señor.

—Tráeme otro café —ordena.

Miro la tacita que hay sobre una de las mesas, apenas ha dado un sorbo, tiene unos veinte minutos que lo traje para él y no lo ha tomado.

—Señor, su café está intacto. —Lo levanto y lo coloco en sus manos.

—Ya está frío, así no me gusta —replica devolviéndolo.

La taza se siente tibia, si bien no está caliente, tampoco es que esté frío. Mi jefe es un exagerado.

—Ya mismo le traigo otro, señor.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora