49. CORAZÓN ROTO

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No voy a llorar.

No voy a llorar.

No voy a llorar.

Lo repito insistentemente en mi cabeza. Él no se lo merece. Es la primera persona que me ha hecho llorar en tan pocos días, pero yo tengo la culpa por darle ese poder de hacerme daño, si tan solo hubiese mantenido la cabeza fría y realizado mi trabajo sin hacerme mil fantasías en la cabeza.

Vlady me lo dijo.

Mamá me lo dijo.

Incluso la odiosa de Kennedy me lo dijo.

«El Sr. Black tiene clase»

Sí, tiene la misma clases que la arpía de Maya y por eso son el uno para el otro. Al llegar a la habitación me doy cuenta que no tengo mi tarjeta para entrar porque no llevé nada conmigo. Recargo la frente en la puerta, frustrada de ni siquiera poder sacar mis cosas sin tener que verle la maldita cara a Montgomery Black.

Mierda.

Sollozo, soy un maldito caos de nervios temblorosos que no dejan que mis manos se estén quietas. Dos lágrimas rebeldes y traidoras se escapan de mis ojos, pero las limpio inmediatamente.

No voy a llorar.

Nunca le he llorado a un hombre en mi vida, nunca le había dado el poder a ninguno para afectarme de esa manera. Ni siquiera lloré cuando me enteré de la infidelidad de mi ex, me dolió en el orgullo, pero no en el corazón. No como ahora que siento como si se clavara ese pinchazo una y otra vez.

—¿Va a decirme que le pasa o seguirá con su arranque?

Me tenso al escuchar su voz, separó la frente de la madera y lo miro.

—Abra la puerta —exijo, mis latidos son violentos al verlo, tan tranquilo, sin importarle toda la mierda que ha provocado.

—Deje de comportarse como una niña y hablé conmigo, Candy. ¿Qué pasa? —Se nota la molestia en su tono de voz, sin embargo lo mantiene bajo, con su habitual forma de hablar.

—¡Abra la maldita puerta ahora! —grito, lo que lo hace endurecer el gesto.

Saca la tarjeta en un movimiento rígido y la desliza por el dispositivo que la abre. Entro rápidamente empujando la puerta y me dirijo a mi habitación sin mirarlo, no quiero verle la cara ni un segundo más.

—¡Dígame que tiene, carajo! —gruñe. Toma mi brazo y tira de él obligándome a regresar a su lado y mi cara se estrella con su pecho.

Lo empujo.

Y lo abofeteo.

Él me mira tan impresionado como lo estoy yo por haberlo golpeado, mi mano rápidamente se tiñe de un rojo intenso en su mejilla pálida, haciendo que un pinchazo de remordimiento me atraviese el estómago. Lo desecho de inmediato, él se lo merece, debería darle otra.

—No vuelva a tocarme —siseo.

Me doy la vuelta para irme a la habitación y sacar mis cosas de una maldita vez, pero de nuevo soy tomada de un brazo y llevada contra la pared.

—Me va a decir en este instante qué mierda le pasa y por qué me golpeó. Le he dicho muchas veces que no tolero la agresión física y le exijo una explicación —bufa, su respiración es tan furiosa como la mía, pero aquí la ofendida soy yo, no él.

—¿Necesita qué se lo diga de nuevo? —Lo empujo, no obstante, no logro moverlo, sigue acorralándome contra la pared—. ¡Es un imbécil, patán, promiscuo, culero!... —Golpeo su pecho con cada palabra que digo, me vale madres si no tolera la agresión física, yo no tolero a las personas como él, que usan a las personas sin importarles lastimarlas—. ¡Es una basura, Montgomery Black, suélteme y déjeme en paz de una maldita vez, no voy a seguir más en su juego de poner celosa a la arpía esa!

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora