25. CHIN*GADA MADRE

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Cuatro días sin dormir.

Pero hoy es el peor de todos porque definitivamente no pude cerrar los ojos en toda la noche. No deja de venir a mi mente la mirada de mi jefe, sus labios tan cerca de los míos o sobre de ellos. Esto no es de Dios, una persona normal no se enamora de su jefe en solo unos días y menos aún si él no ha dado motivos para hacerlo.

Suspiro.

Tonta Candy.

Ni siquiera me siento como una tonta, ahora sé que soy una completa estúpida.

El teléfono de la oficina vibra en la mesita de noche y alargo la mano para tomarlo, dudo que sea mi jefe, aún es temprano y no he escuchado movimiento en su habitación.

«Me pregunto si algún día volverás a casa.»

Sonrío y sin ganas por el mensaje de Chema.

«¿Qué haces despierto tan temprano?»

«Apenas me voy a dormir.» Acompaña su respuesta con un emoji de diablito morado.

«Ya me imagino que te mantuvo despierto.»

«No me cambies el tema, ¿Cuándo vienes?»

«Tengo un jefe demasiado demandante, te prometo esta noche llegar a dormir, espero que no tengas visitas.»

«Vale, no las tendré. Llama a tus papás, tu madre me mandó un mensaje ayer, intentó comunicarse contigo y tu teléfono manda a buzón.»

Diablos.

Hace casi una semana que no hablo con mis padres. Mamá es de esas mujeres que llaman cada rato para asegurarse que sigo viva y se molesta si no la llamo al menos una vez a la semana, pero desde que empecé a trabajar para mi jefe, no he tenido cabeza para nada.

«Lo haré, gracias.»

Me levanto de la cama y voy a la cocina, necesito un café super cargado para des aletargar mi cerebro. Pongo la cafetera y espero, mientras lo hago, marco el número de mamá, ya debe estar despierta, entra a las siete de la mañana a la oficina.

—¿Sí, diga? —pregunta con recelo. Mamá es de las que cree que no se deben contestar llamadas de números desconocidos, pero supongo que al tratarse de un número de Estados Unidos, la tomó.

—Hola mamita, soy Candy.

—¡Hija de tu chingada madre! —exclama molesta—, ¿a dónde chingados andabas metida que no te entran las llamadas, Candy?

Ruedo los ojos. Miro al piso y veo un pedacito de porcelana que no levanté anoche, me agachó a recogerlo y me quedo sentada en el piso, con la espalda recargada en uno de los gabinetes.

—Supongo que Chema ya te dijo que estoy trabajando y tengo un jefe bastante ogro.

—¿Y qué no tiene por lo menos cinco minutos para llamar a tu madre? Si me muero, ni te enteras.

Resoplo, mamá es muy dramática, papá dice que es por ver las novelas mexicanas, que son tan dramáticas que te dan ganas de cortarte las venas.

—Ya tú te olvidaste que tienes madre —gimotea con un exceso de drama.

—Deja el drama —pido entre risas—, sabes que te amo y jamás me olvidaría de ti.

—Ajá —ironiza—, ¿y en qué estás trabajando?

Me quedo un segundo callada, pensando que decir.

—Soy asistente de un empresario.

—Candy Guadalupe Ruiz López, mucho cuidadito, que esos empresarios gringos son bien raros y pervertidos —advierte, en su empleo de gobierno le ha tocado tratar con empresas extranjeras y ha conocido a mucha gente rara, como dice ella.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora