40. EL CAFÉ DE LA MAÑANA

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Suspiro.

Mis dedos recorren el pecho de mi jefe precioso, sentir su respiración acompasada y notar como su piel se eriza por mi tacto hace que no puede despegar mis ojos de él. Es tan hermoso dormido. Suspiro de nuevo, a pesar del dolor de mis partes privadas y de otras no privadas por su intensa sesión de sexo, mi corazón late desbocado y no me permite dormir.

¿Con que esto se siente al estar enamorada?

Nunca lo había hecho antes, al menos no de una persona real, me he enamorado de personajes de libros, películas y de las novelas mexicanas que tanto le gustan a mi mamá, pero jamás de una persona que estuviera a mi alcance. Admito que es aterrador, porque en mi vida no había sentido este deseo de tocar a alguien todo el tiempo, de no poder separar mi vista de él o de ni siquiera concebir la idea de separarme un instante de su cuerpo.

Es abrumador y a la vez cálido y agradable, sobre todo cuando gira hacia mí y me atrapa entre sus brazos y sube la pierna sobre las mías para acomodarse y seguir durmiendo. Yo no puedo hacerlo, temo dormir y cuando despierte todo haya sido un sueño. Aspiro profundo el aroma de su piel y dejo un beso sobre su pecho, yo también lo abrazo y me acurruco contra su cuerpo, descubriendo lo increíble que es dormir con alguien, más cuando ese alguien es el motivo de tu insomnio.

✤ ✤ ✤

Cuando despierto en la gran cama de hotel mi primer reacción es levantarme inmediatamente y cubrir mi cuerpo. Por unos segundos parpadeo mientras mi cerebro comienza a procesar donde estoy. El Sr. Black entra en el dormitorio sosteniendo una bandeja con cafés y croissants que huelen riquísimo, ayer con tanto sexo, sólo pedimos algo ligero de cena y al oler el café mis tripas gruñen escandalosas reclamándome por no haberlas alimentado correctamente.

—Buenos días —murmura en esa voz suave y atrapante, deja la bandeja sobre la cama y deposita un beso en mis labios que me avergüenza porque no me he lavado los dientes—. Tenía mucha hambre y pedí algo para desayunar, no pude esperar a que despertara.

Asiento embobada, viéndolo llevar un pantalón de pijama sin nada arriba.

—Candy, despierte, hoy sí debemos trabajar, aunque me gustaría pasarme otro día en la cama, tenemos que bajar.

Asiento de nuevo, muda, viendo el desayuno sobre la cama y mi corazoncito bobo se emociona. El jefe me trajo el desayuno, por supuesto lo pidió, pero es algo emocionante tratándose de un hombre que ni siquiera se pude un analgésico en una farmacia. Me siento con las piernas cruzadas y aún envuelta en las sábanas, me da mucha vergüenza que me vea ahora desnuda y mi cara se incendia al sentir la leve incomodidad de mis partes privadas por todo lo que hicimos ayer.

Tomo la taza de café para darle un sorbo, pero él me la quita, la deja de nuevo en la bandeja y se pone de pie, frente a mí. Sonríe de manera sexy y provocadora y de un tirón baja el pantalón de la pijama, exhibiendo a mi amado esposo que da pequeños respingo porque comienza a endurecer. Trago grueso y lo miro, deseando tocarlo y darle un beso de buenos días.

—Quería leche con el café de la mañana, pero tendrá que servirse usted misma.

Jadeo.

Yes, yes, yes, claro que yes.

Aprieto los labios para tratar de disimular mi sonrisa y dirijo un mano a su pene que salta ante mi contacto, irguiéndose más. Me inclino hacia el frente y doy un beso en la punta y después otro en el tronco. Y otro más. Muchos besos porque mi esposo se los merece después del magnífico trabajo que hizo anoche.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora