45. ERES MÍA

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No se puede follar veintitrés horas seguidas, lo acabo de descubrir. Aunque sí follamos mucho, durante mucho tiempo, tomando los descansos necesarios para respirar, tomar agua y comer alguna cosita. Pero después de ocho horas debo decir que ya no quiero ver el pito de mi jefe, o sea, lo amo, pero por el momento ya no quiero verlo.

Hasta mañana.

Mañana querré verlo, tocarlo, besarlo, chuparlo y sentirlo dentro de nuevo. Por el momento no. No solo me duele la vagina, la tengo inflamada e irritada. Creo que mi jefe se siente igual, está tirado en la cama, viendo al techo, no sé que pase por su cabeza, quizá trata de dilucidar sobre la dicotomía del cielo y el infierno, por qué los cangrejos caminan de lado o si es cierto que las gallinas descienden de los velocirraptores. O quizá está en coma. El pobre quedó seco.

Literal, seco.

Su última eyaculación fueran apenas unas gotitas. Me río mirándome en el espejo, estoy desgreñada y no llevo nada de maquillaje, dejando ver mis ojeras incipientes, sin embargo, me veo felizmente bien follada. Claro que lo estoy, demasiado bien follada, tanto, que incluso estoy un poco afónica.

Pero no me arrepiento de nada.

Regreso a la cama llevando solo bragas, de alguna manera necesito algo de protección en mi vagina, aunque dudo que una simples bragas vayan detener el avance del pito de mi jefe, si es que encuentra la energía para volver a tener una erección. Lo cierto es que yo tampoco lo detendría. El Sr. Black permanece ido, mira do un punto indefinido, como si no estuviera dentro de su cuerpo.

—¿Le dio la garrotera? —pregunto en español, no tengo ni idea de cómo se dice esa palabra en inglés o si en verdad existe.

Gira casi de manera imperceptible el rostro hacia mí y frunce el ceño.

—¿La qué?

—La garrotera —repito despacio.

En su expresión se nota que no entiende la palabra.

—Había un programa de televisión en México, muy viejo, yo todavía no nacía cuando lo pasaban en la televisión… pero usted sí —me burló tapando mi boca para amortiguar mi risa.

El Sr. Black enarca una ceja.

—¿Insinúa que soy viejo? —refunfuña—, tengo treinta y nueve años, no soy viejo, estoy en mi mejor etapa.

Vuelvo a tapar mi boca para no reírme.

—Sí, la mejor, ahora es un delicioso Sugar Daddy.

Su gesto se endurece, quiero reírme de él, pero estoy segura que lo molestaría aún más.

—Le decía que había un programa de televisión, a mí mamá le gustaba mucho y mi papá se reía como matraca cuando lo veía, aunque cuando yo lo vi en las miles de repeticiones que le han hecho no me causó gracia.

» En ese programa, al protagonista, que supuestamente era un niño, pero que era interpretado por un viejo más viejo que usted, le daba la garrotera.

El Sr. Black permanece inexpresivo, no le hizo gracia mi chistecito, pero tampoco dice algo al respecto.

—¿Y qué se supone que es?

—Cuando el chavo se asustaba, le daba la garrotera. Se quedaba petrificado, mirando a la nada y no lograban hacerlo reaccionar, hasta que le echaban un balde de agua fría, entonces se le quitaba. Así se ve usted, como si le hubiese dado la garrotera.

Finalmente hay un vestigio de sonrisa, de esas que parecen el espasmo de un cólico.

—¿Pasa algo? —me aventuro a preguntar.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora