46. PAPI

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Flotando entre nubes de felicidad y un enamoramiento irremediable es como me siento. Después de ducharnos juntos y de aplicar las lociones en el precioso cuerpo de mi jefe, pasamos horas en la cama conversando. Platicamos cosas tan bizarras de ambos, como cuando, en un festival del día de las madres en la primaria en la que estudié, debía declamar un poema a las mamás y terminé vomitando de los nervios en el estrado.

O él me plática de lo que fue crecer teniendo como padres actores de pornografía, no podía revelarles esa información a sus compañeros de colegio, por lo que inventaba trabajos extraños y extravagantes para ellos, los cuales pudieran justificar los ingresos que les permitían darse una vida demasiado holgada sin formar parte de algún gremio como lo eran sus amiguitos de la escuela.

Su padre fue asistente de un famoso cazador de cocodrilos en una ocasión. En otra, fue un osado paleontólogo que descubrió los restos de uno de los esqueletos de dinosaurios que se exhiben en el Smithsonian. Su mamá fungió como bailarina de un exótico show en Las Vegas donde danzaban con serpientes enredadas en sus cuerpos y en otro momento, fue una doble de riesgo de en las películas de acción.

Era un niño con mucha imaginación que le gustaba inventarse otras vidas, como que vivía en una casa rodante mientras acompañaba a su padre paleontólogo a sus expediciones. O que crecía viendo a las bailarinas ensayar su espectáculo tras bastidores, mientras cuidaba de las serpientes y hablaba con ellas, en su cabeza, él que entendía el estado de ánimo de los animales danzarines.

Él imaginaba tener una infancia emocionante, feliz y envidiable para los demás niños, pero eso estaba muy lejos de la realidad. Antes que su padre comenzara a ganar dinero con la productora, tuvieron una época difícil al invertir absolutamente todo lo que tenían en ese proyecto. Comían lo que podían, a pesar de no ser precisamente de clase baja, porque la inversión fue tan grande que hasta hipotecaron su casa.

Sus alergias no ayudaban tampoco. Era difícil vivir con apuros económicos y tendiendo que cuidarse de todo. Cuando su padre recuperó su inversión y la duplicó las cosas mejoraron, pero las alergias seguían ahí, haciendo de su infancia y adolescencia algo difícil y lo ponían como el objeto de burlas de sus compañeros. No asistía a la clase de deportes porque no podía correr en el sol, ni sudar. Tampoco hacía otros ejercicios o deportes bajo techo, ni de contacto, porque dejaban grandes cardenales en su piel.

—Las chicas no querían salir conmigo —continúa con su charla, mis ojos parpadean pesado, son aproximadamente las seis de la mañana y no hemos dormido, tengo sueño, pero también quiero a seguir escuchando de su vida—. Ellas preferían a los deportistas, como Stacy, la capitana de porristas que me tenía loco en el high school y era novia del mariscal de campo que tenía fiestas cada fin de semana en su casa, donde tomaban cerveza hasta la inconsciencia.

» Su mejor amiga también me gustaba mucho, Shelly, ella salía con el capitán del equipo de baloncesto, que era amigo del mariscal y cuando las fiestas no eran en casa de alguno de ellos, iban al lago y hacían una fogata. Yo no podía ir por los mosquitos, los piquetes se me infectaba y la mayoría de los repelentes me causaban irritación, tampoco es que me invitaran a sus fiestas.

» Incluso el chico nerds, con gafas y algo de acné tenía más citas que yo que era un adolescente flacucho por una dieta limitada y sin poder hacer ejercicio, que además era demasiado pálido. Las chicas aceptaban sus invitaciones a cambio de tutorías o que las ayudara con sus tareas, era algo bajo, pero al menos salía con ellas y las besuqueaba.

—¿Entonces no tuvo citas siendo adolescente?

—La primera vez que una de mis compañeras accedió a salir conmigo, tenía diecisiete años, la invité al cine e intenté besarla, pero ella no quiso y se fue a mitad de la película. Me sentí frustrado, mucho.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora