6. ESPASMO DE CÓLICO

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Después de comer un Subway de treinta centímetros con doble porción de boneles hot, unas papas crosschips, una galleta y dos coca cola, me siento satisfecha. Lo mejor de todo es que comí gratis porque Roney pagó, es lo mínimo que podía hacer por mí, después del vergonzoso desplante de mi jefe en el restaurante.

Subimos al auto otra vez para regresar por el odioso Sr. Black al restaurante lujoso, que seguro, ni siquiera tiene una comida tan rica, la gente que sale de ahí tiene cara de amargada, así que no debieron comer sabroso, porque una persona con la panza llena, es una persona feliz. Yo lo soy después de haber ahogado mis penas en la salsa búfalo hot de los boneles.

—¿Sigues molesta? —pregunta Roney, creo que debió darse cuenta del grado de mi enojo por todo lo que comí.

Me sorprende que me hable en español, creí que aquí todos hablarían en inglés, pero es bueno hablar con alguien y no tener mi cabeza trabajando a todo lo que da para comprender lo que dicen sin que se me escape algo.

—El Sr. Black me humilló al decirme que esperara en el auto —refunfuño no queriendo admitir, que me dolió más de lo que debería.

—Vístete adecuadamente para tu trabajo y te aseguro que nunca lo volverá hacer.

—¿Vestirme adecuadamente es ponerme ropa entallada para parecer un chorizo como Kennedy o la rubia teto... la tal Minnie? —cuestiono enarcando una ceja.

—No, no es necesario que parezcas un chorizo, pero puedes usar ropa formal, de oficina y no parecer que saliste del Bronx y que vas a asaltar a alguien.

¿Qué qué?

—¡Oye! —replico, ofendida—, no parezco pandillera.

—Sí lo pareces, una pandillera bonita, pero pandillera al fin.

Solo porque me dijo bonita no le doy un golpe.

—No tengo ropa de oficina —admito—, vine a Nueva York con una mochila donde solo cabían tres cambios de ropa.

Roney suspira.

—Puedo llevarte a comprar algo después de dejar al Sr. Black en su pent house, pero debe ser rápido y nuestro secreto —indica, le sonrío porque se me hace un gesto amable ofrecerse, hasta este momento, nadie ha sido amable conmigo.

—No tengo dinero —susurro—, te lo agradezco, veré qué puedo hacer para vestirme mejor mañana, aunque pienso que nada tiene de malo mi ropa.

—Quizá es porque no has comprendido el estatus en el que se maneja el Sr. Black. Su productora es la más importante en su rama, a nivel mundial.

—¿Importante? Hace pornografía.

—Y te sorprenderías de ver la cantidad de consumo de sus películas, y más aún, de modelos y actores que desean trabajar con él.

Muerdo mi labio, supongo que no sé que tan pudiente es mi jefe, debe serlo mucho, pero igual eso no le daba derecho a hacer lo que hizo. Sin embargo, prefiero no discutir más y tampoco es que pueda hacerlo cuando vemos aparecer al Sr. Black en la puerta, con Jessica Rabbit aferrada de su brazo.

Que mujer tan intensa.

Ni que se lo fueran a robar.

Si supiera que el jefe quiere chuparme las arterias pudendas. Bueno, no sé si lo quiere, pero si lo dijo fue por algo, a mí no me engaña.

—Espero que haya tenido un agradable almuerzo —dice Roney abriendo la puerta para él, el jefe solo asiente.

—Querido, ¿me llevas a mi hotel? —pregunta demasiado sugerente la rubia, yo me renuevo en mi lugar, ojalá diga que no, seguro se van a follar y no quiero esperar más tiempo dentro del auto, hay que ponernos a trabajar.

—Claro, Minnie —responde el Sr. Black después de revisar la hora en su reloj.

Aprieto los labios por la molestia.

Ellos suben en la parte trasera del auto, Roney me indica que suba en la delantera junto con él y eso hago. La rubia es una atrevida sentándose en las piernas de mi jefe, besuquea su rostro y cuello y yo no puedo dejar de dar miradas furtivas al retrovisor para ver lo que hacen. Son unos indecentes, eso no se hace en público.

¿Pero qué puedo esperar de un hombre que produce porno?

Nos detenemos de nuevo en un hotel enorme y opulento, ruedo los ojos porque el exceso de lujo ya comienza a fastidiarme. La rubia tetona casi se traga a mi jefe besándolo en la boca mientras él aprieta una de sus nalgas con su mano, que, a pesar de ser grande, comparada con el culo de Jessica Rabbit, se ve pequeña.

—¿Quieres subir a mi habitación? Recuerda que me voy mañana a Los Ángeles y quiero despedirme de ti como debe ser —susurra sugerente, casi ahogándolo con sus inmensas tetas.

Él no quiere, ofrecida.

—Claro que quiero —responde con voz ronca.

¿Ahora sí tiene voz el señor?

Cabrón, pito regalado.

Roney da un toque a mi rodilla para que lo vea, separo la vista del retrovisor y veo que pone en su teléfono una nota. Sonrío hacia él y levanto la vista de nuevo al retrovisor.

—Sr. Black, tiene grabación en una hora —pronuncio con seriedad, completamente metida en mi papel de asistente—, con Serena y Vlady.

La rubia aprieta los labios.

—¿Con Serena? —cuestiona con cierto tono de reproche, el Sr. Black aprieta un poco el rostro, me parece que molesto por el cuestionamiento, incluso a mí me fastidió.

—Es una de mis mejores actrices —explica tranquilo—, no quiero comenzar la misma plática de siempre —declara educado, pero tajante.

Noto las intenciones de la tipa por replicar, me bajo rápidamente del auto y le abro la puerta trasera, extendiendo mi mano e invitándola a bajar.

—¿Le acompaño hasta su suite, señorita Minnie? —Sonrío cortés, haciendo una excelente representación de asistente.

Su mandíbula se tensa.

—Te veo a tu regreso, Minnie —se despide el Sr. Black. Por dentro siento una inmensa e insana satisfacción, lo peor es que ni siquiera sé por qué me da tanto gusto que no se quede a coger con ella.

La Jessica Rabbit me empuja la mano y baja del automóvil, camina hacia el interior del hotel sin despedirse ni decir nada. Me aguanto las pinches ganas de reírme como una desquiciada y subo de nuevo al auto, a lado de mi sexy y putañero jefe, hombre tenía que ser. Extiende una mano hacia mí y se la choco, feliz de deshacernos de la vieja.

Me mira sin parpadear.

¿No estábamos celebrando?

—¿Dónde está mi café? —dice con un toque exasperado.

Puta madre.

—Le prometo que llegando a la oficina se lo tengo en seguida, jefe.

Regresa la vista al frente, pero no me pasa desapercibido que rueda los ojos.

—Tienes medio día trabajando conmigo y ya quiero despedirte —murmura bajo, debería molestarme o asustarme, pero inexplicablemente me hace sonreír.

—¿Y luego quien le saca de encima las rubias tetonas, ah?

No me mira, saca su teléfono y se pone a teclear en él, sin embargo, noto otro espasmo de cólico en sus labios, esta vez, estoy segura que está sonriendo.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora