EPÍLOGO

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—Sigues tirada en el sofá comiendo helado —murmura Chema apenas ha atravesado la puerta, cierra y se detiene a mi lado, mirándome de forma reprobatoria y sostiene una gran bolsa del market en una mano.

—¿Trajiste más helado? —pregunto, mi barbilla tiembla porque es el último bote que quedaba en la nevera, en los últimos cinco días he subsistido a base de helado y sopa instantánea.

—Candy, debes levantarte y superarlo, no puedes quedarte en casa comiendo helado por el resto de tu vida, hasta creo que has subido de peso.

Frunzo el ceño.

—No se puede subir de peso en cinco días comiendo helado.

Creo.

—Pero seguro lo harás si sigues negándote a levantarte y viendo novelas que te hacen llorar más.

Mi barbilla vuelve a temblar.

—No es una novela, es una serie turca.

Chema rueda los ojos.

—¿Trajiste más helado? —repito, señalo el último bote que ya está vacío sobre la mesita.

Chema suspira.

—Sí, te traje más helado.

Me entrega la bolsa y urgo en ella inmediatamente, sacando lo primero que encuentro. Un sándwich de helado de oreo. Lo abro inmediatamente y le doy una mordida mientras le doy play nuevamente a la pantalla que reanuda la reproducción de la serie turca que estoy viendo.

Se me salen las lágrimas viendo a la protagonista llorar por su amado, un imbécil igual de insensible a cierto imbécil que yo conozco, pero que no pienso nombrar.

—¡Candy, basta! —bufa Chema y apaga la pantalla—. No voy a permitir que sigas en depresión.

—No estoy deprimida —replico.

Tengo el corazón roto.

—Levántate, vamos a ir a depositarle el dinero a tu mamá, logré juntar doscientos dólares que podemos mandarles sin que afecte a nuestra despensa.

El dinero de las medicinas.

—Chema —murmuro y mis ojos se vuelven a encharcar en lágrimas—, es tu dinero, no puedo aceptarlo.

—Tu papá necesita esas medicinas y ya que te pusiste de digna a romper el cheque que te ganaste trabajando, debemos buscar la forma de enviarles ese dinero.

¿Qué me puse de digna?

—¿Cómo querías que aceptara el dinero con el que estaban pagando por la humillación que me hicieron? —objeto—, me humillaría a mí misma aceptarlo, porque estaría aceptando también que era la puta de mi jefe.

Resopla.

—No voy a discutir de nuevo el tema contigo, ya me has dicho muchas veces tus motivos, pero debemos encontrar la solución. Creo que te haría bien estar con tu familia en estos momentos, pero te niegas a ir a México.

¿Ir a México?

No.

—¿Cómo voy a ir a mi casa ahora? ¿Qué le voy a decir a mi mamá si se supone que estoy trabajando? ¿Cómo le digo que no tengo el dinero que le prometí? ¿Cómo le explicó lo que pasó, Chema? —Me limpio las mejillas con las manos, sintiendo como me ensucio la cara con los restos de helado en mis dedos.

—Si no quieres tener que darles explicaciones, entonces levántate y vamos a hacerles el giro o de lo contrario tu mamá va a comenzar a preguntar.

Pestañeo deshaciéndome de las lágrimas, Chema tiene razón, mi mamá no debe tardar en llamar para preguntar por el dinero, le prometí que en cuanto cobrara se lo mandaría.

LA ASISTENTE PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora