Mis latidos son tan estridentes que no sé cómo es que el Sr. Black no los escucha. Mis manos recorren su espalda desnuda, presionando con firmeza a lo largo de su columna y debajo de sus omóplatos. Está tenso, puedo sentirlo en mis dedos y en como se queja ligeramente cuando apoyo mis pulgares haciendo movimientos circulares, intentando relajar sus músculos.
Mi posición es incómoda, sentada a la orilla de la cama y con el torso girado hacia él y comienza a dolerme el lateral derecho. Masajeo también su cuello, su gemiditos de satisfacción son sugestivos, hacen que mi respiración se ponga pesada por lo bien que suenan y mi mente lo imagina gimiendo por otro motivo que también involucra el movimiento de mis manos.
—Haga más presión, Candy —solicita en voz ronca, mi piel se eriza de escucharlo hablar así, porque definitivamente me indica que lo está disfrutando.
Pero más lo disfruto yo, porque tocar el cuerpo de mi jefe se ha vuelto como un especie de fijación para mí. Es tan sensible a muchas cosas, se cuida tanto, pero permite que yo lo toque de una forma tan íntima y confía en mí para cuidarlo.
—Es complicado hacerlo desde mi posición, señor —contesto—, además no tengo tanta fuerza.
Gira el rostro a mí y me mira.
—Podría subir sobre mi cadera, así tendría mejor libertad de movimiento y usaría su peso para ejercer presión.
¿Subir sobre su cadera?
—Solo si quiere —agrega.
Claro que quiero, el problema es que no confío en mi misma, en no hacer algo indebido.
«Igual es tu última semana» me recuerda mi subconsciente. Es cierto, si hago algo indebido que es causal de despido, realmente ya no me preocupa tanto, porque ya sé que de todas formas debo irme. Pero tampoco quiero ser despedida como el montón de asistentes a las que el Sr. Black se folló.
Me quito mis converse de imitación quedándome en calcetines y me hinco a lado de mi jefe, para pasar un pierna sobre su cadera y plantar la rodilla del otro lado. Me mantengo hincada, sin recargar mi trasero en el suyo y continúo el masaje, llenado mis manos una vez más de aceite.
—Dudo que estar así sea más cómodo —opina el Sr. Black, es obvio que se dio cuenta de mi renuencia a sentarme de lleno sobre su cadera.
—No se preocupe, señor —susurro, sus palabras no me hacen fácil esta tortura.
—Acomódese bien, Candy, es una orden —dice en tono mandón.
Resoplo.
Finalmente decido acatar la orden y recargo mi trasero en su cadera. Cierro los ojos y aprieto los labios para no gritar, mi corazón late y late acelerado, mi más recurrente fantasía es montarlo de alguna manera y esto se acerca bastante, aunque preferiría que estuviera boca arriba.
No, eso sería demasiado, seguramente lo follo.
—Ve como es mejor así —murmura con al rostro medio enterrado en la almohada.
Sí lo es.
Me recargo sobre mis manos para ejercer más presión sobre su espalda, algunos de sus huesitos truenan por ello, pero parece divertirle porque sonríe.
—Estaba muy tenso, señor, sus hombros se sienten terribles.
—Quizá sea porque alguien durmió sobre uno por más de cinco horas.
Me avergüenzo.
—Lo siento, pero gracias por ser amable y permitirme usarlo de almohada.
El Sr. Black sonríe, veo como su mejilla se abulta.
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LA ASISTENTE PERFECTA
Romance¿Cuál es el trabajo de tu sueños? ¿El qué te paga un sueldo con el que jamás habías soñado? ¿O en el qué tienes un jefe ardiente como el infierno? ¿Y si se juntan ambos en uno solo? ¿Qué estarías dispuesta a hacer para conservar el mejor trabajo del...