Me siento como una lombriz dando vueltas por toda la cama sin poder dormir. Es súper cómoda y huele tan rico, a limpio con un toque de bebé, pero sencillamente no puedo cerrar los ojos. Hasta me duele la cabeza por el cansancio acumulado, pero no puedo cerrar los ojos. No cuando a un par de metros está mi jefe.
Me levanto descalza y voy al baño en busca de un botiquín, necesito algo para el dolor de cabeza o una pastilla que me haga dormir, no es normal pasar cuatro noches durmiendo un par de horas, voy a morir de cansancio. Sin embargo, en el jodido botiquín no hay nada, más que artículos de cuidado personal.
¿Ahora que hago?
Leche caliente.
Mamá me daba un vaso de leche caliente por las noches, cuando no podía dormir. Amo ver películas de terror, en especial de noche y a oscuras para agregarle emoción al asunto, el pedo es que después no puedo dormir porque soy bien pinche miedosa.
El pent-house del Sr. Black está completamente a oscuras, por lo que voy encendiendo todas las luces a mi paso a la cocina. Sirvo un poco de leche en una taza y lo meto al microondas para calentarlo, me cierro la bata de baño que envuelve mi cuerpo en ropa interior y aguardo que mi leche esté lista.
Debo soplarle porque me pasé de caliente y no la puedo tomar rápido. La sostengo en mi mano mientras abanico una servilleta de tela para enfriarla mientras doy diminutos sorbos para ir tanteando que tan caliente está.
—¿Qué hace despierta, Candy?
Grito por el susto de escuchar su voz tan cerca de mí, doy un brinco y la taza cae de mi mano estrellándose en el piso. La leche caliente me cae de lleno en los pies, quemándome casi todo el empeine por completo.
—¡Puta madre! —grito al sentir el ardor.
Brincoteo intentando esquivar los trozos de porcelana que se esparcen en el piso, mientras mi jefe intenta sostenerme para no caer entre el tiradero de leche y pedazos rotos de la taza. Pero soy yo y mi especialidad es ser patosa.
Resbalo con la leche, enterrándome un pedazo de porcelana en el pie, caigo hacia atrás trayendo me conmigo, una vez más, el brazo de mi jefe. En esta ocasión el golpe sí me duele y mucho, más aún cuando el Sr. Black cae encima de mí, golpeando mi boca con su frente, y de inmediato percibo el sabor de la sangre en mi lengua.
—¡Ah, mierda! —vuelvo a gritar, o al menos eso intento, porque tampoco tengo mucho aire al ser aplastada por mi jefe.
—Aunque no hablo español, entendí lo que dijo —comenta el Sr. Black levantándose, su frente exhibe un círculo rojo, supongo donde impactó con mi boca—. Deje de decir tantas malas palabras.
Me da la mano para levantarme, sin embargo, hay un dolor ardoroso en la planta de mi pie que no me permite asentarlo. Miro al piso, descubriendo varias manchas de sangre que ensucian la brillante loza blanca.
Joder.
—Esto es un desastre —gruñe viendo el tiradero de leche y porcelana y las manchas rojas.
—Ya lo limpio —susurro, me chupo el labio roto para que no vaya a gotear sangre y haga más un cochinero.
—Está herida. —Su ceño fruncido en este momento no denota molestia, más bien, estrés—. No me gusta la sangre.
Su cara se descompone y la palidez de su rostro se acentúa.
Ay no, lo que me faltaba, que al vampiro le de náuseas la sangre.
—Señor, siéntese —indico señalando el banquillo alto de la barra, no quiero un desmayado ahora.
—Pero está herida —gimotea, como si no supiera si salir corriendo o ser valiente y enfrentar a la sangre.
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LA ASISTENTE PERFECTA
Romance¿Cuál es el trabajo de tu sueños? ¿El qué te paga un sueldo con el que jamás habías soñado? ¿O en el qué tienes un jefe ardiente como el infierno? ¿Y si se juntan ambos en uno solo? ¿Qué estarías dispuesta a hacer para conservar el mejor trabajo del...