–Yo solo digo que no puedes confiar en algo que sangra por cinco días y no muere.
Park Jimin soltó una risita ante el comentario de su mejor amigo.
–En serio, ¿cómo pueden enamorarse de las mujeres? –Prosiguió TaeHyung con un gesto de leve molestia en sus morenos rasgos mirando a una pareja heterosexual despedirse en la puerta de embarque del aeropuerto Gimhae.
Jimin movió la cabeza; su amigo era un necio.
–¿Y cómo no podrían? –Dijo ganándose una mirada de incredulidad.
–¿Hablas en serio? ¿Qué está mal dentro de esa linda cabecita tuya?
Kim TaeHyung era un heterosexual curioso a opinión de él mismo, una frase que nacía del miedo de llamarse a sí mismo como algo que lo señalaría entre la gente. En versión de Jimin, no era más que un gay sin asumirse simple y llanamente. Había dejado de tener relaciones con mujeres mucho antes de que lo hubiese hecho Jimin y de eso era ya sus buenos años. Y, por si fuera poco, era corto de miras, pues era pésimo en fingir que las chicas le interesaban si quiera algo.
–No, por supuesto que no. -Jimin negó. -Solo no lo entiendes, déjalo.
Asumido desde que besó al primer chico en su vida a eso de sus trece, Jimin aprendió rápido el hecho de que toda forma de amor es perfecta. Que los géneros no son más que construcciones sociales en base a las diversas culturas y épocas y que, por lo tanto, no se podía amar a uno y odiar a otro. No importa que en su tiempo fuese común crear una separación, era solo ridículo.
A diferencia de TaeHyung que se escudaba en salir con mujeres por las que no sentía nada y terminaba arrastrándose hasta chicos que lo atraían con solo una mirada; Jimin podía decir que había amado a una chica en una ocasión. Chica que había sido su última novia y que hoy en día era su mejor amiga. Amaba a su madre también porque gracias a ella tenía la vida y valoraba eso más que nada. Amaba a Minji, su adolescente hermana porque ella fue la primera en aceptarlo sin reservas ni condiciones y cómo no iba a amar a su pequeña sobrina Moon que le estaba enseñando cada día que cuando lo miraba no veía nada más que a su tío, sin etiquetas.
Jimin era afortunado en ese sentido, ninguna mujer lo había decepcionado en su vida y cada una le demostraba que para pertenecer al sexo femenino se necesitaban agallas.
Virtuosas como solo ellas podían llegar a ser, Minie adoraba las formas de una mujer, aun cuando su cuerpo no respondiera ante ellas. Le encantaba el ingenio agudo que solo una chica podía poseer y cómo no, la forma en que podían ser multitareas sin perderse nada. ¿O es que solo él se distraía al momento de hacer dos cosas a la vez?
Como siempre se decía, a diferencia de TaeHyung, él no veía juntos los conceptos de homosexualidad y misoginia.
Pero no tenía ganas de comenzar una charla educativa con Tae en ese momento, así que lo dejó divagar mientras hacían cola en el control de pasaportes. Tenía cosas más importantes en la cabeza a las cuales prestarles atención.
Sonrió.
Estaba a punto de dar un nuevo paso en su vida. Uno que lo cambiaría por completo. Estaba seguro de ello.
Le entregó su pasaporte a la asistente de vuelo y mientras ella lo revisaba, cayó en cuenta que este avión que estaba por tomar lo llevaría a New York, la ciudad donde todo es posible era el vuelo más importante que jamás tomaría.
Jimin estudiaría en Juilliard, su primer semestre en el conservatorio de artes como cantante. Se había ganado una beca por ser un peculiar chiquillo contratenor. Generalmente, su voz sonaba aguda, pero al cantar era algo ridículo. Le habían señalado como demasiado femenino, un castrato.
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En algún lugar del corazón
FanfictionJimin acaba de mudarse a New York. Se ha reencontrado con su mejor amigo de toda la vida, empieza las clases en la mejor escuela de artes del mundo y su cabeza va a la deriva. Después de todo, sólo tiene veintiún años. Jungkook, por su parte, está...