CAPÍTULO DIECISÉIS

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Salieron del cine en cómplice calma. Jungkook caminaba hombro con hombro junto a Minie, llevando las manos embutidas en los bolsillos delanteros de sus jeans, más que nada buscando algo que hacer con ellas. No se fiaba de sí mismo aquella noche. No se arrepentía de haber invitado a Jimin al cine, mucho menos de que él aceptara. Era alguna clase de extraña victoria tomando en cuenta que el chico había cancelado otros planes con su mejor amigo por elegirlo a él, sin embargo, estaba embelesado. Hechizado por cada gesto de Minie, atraído como una polilla hacia la luz, bebiendo de cada pequeña variación en sus facciones al gesticular.

Era francamente patético, se repetía, mas no podía detenerse.

—¿Qué te ha parecido la película? —preguntó tras las primeras calles recorridas a pie. La noche era fresca, las chaquetas que habían tomado antes de salir siendo el suficiente abrigo para un paseo tranquilo.

La sonrisa de Minie fue grande.

—Igual que las primeras cien veces que la he visto, me ha encantado —dijo risueño. Él le miró de lado, tenía cierto rubor en sus mejillas que en conjunto con la luz de las farolas pegándole desde arriba le daban un aire casi angelical.

Jungkook tuvo que mirar a otro lado, a ese ritmo iba a terminar poniéndose en vergüenza.

—Me alegro —Dio una cabeceada y se detuvieron en espera de un semáforo. Había un cartel de neón brillante en una esquina anunciando comida china. —¿Tienes hambre? Podemos conseguir algo antes de llegar a casa.

Casa. Jungkook lo decía ya no como su apartamento personal, no como si Minie fuese su huésped, sino que un lugar en común y a Minie eso le gustaba.

—No tengo hambre, con todas las palomitas que comí de hecho voy a tener que agrandar mis pantalones —soltó una risita y siguieron caminando.

Se robaron miradas el resto del camino. A veces tímidas, lo que era entendible dado lo que cada uno callaba y a veces, prometedores y cada vez que eso pasaba, Jimin quería detenerse y sacudir a Jungkook demandándole saber qué era aquello que ocultaba su mirada.

Pero estaba aterrado de que solo fuesen imaginaciones suyas, por lo que calló, incluso cuando Jungkook se detuvo en una ocasión y se le quedó viendo a sus labios, eso sí que no se lo imagina, mas Jungkook no hizo ni dijo nada. La única respuesta de movimiento que obtuvo fue ver la manzana de Adán, subir y bajar al tragar.

—¿Quieres un café? —Jimin preguntó entrando en el departamento y colgando su chaqueta junto a la de Jungkook en el perchero.

—Claro. —Éste asintió y se fue a parar a los ventanales.

Minie encendió la cafetera en la cocina, sintiéndose extrañamente ansioso y fue a posicionarse al lado de Jungkook, recargado en el alfeizar de la ventana, mirando hacia abajo. Bueno, él lo hacía. Jungkook solo tenía ojos para Jimin.

Lo asumía, estaba drogado del chico.

Tras un momento de fingir que podía soportar la mirada de Jungkook sobre él, Minie sonrió nervioso al intenso escrutinio.

—¿En qué piensas? —preguntó mordiéndose el labio inferior.

Jungkook estaba tan concentrado en ese gesto que no midió sus palabras. O más bien, si una parte de si fue consiente, no le importó en lo más absoluto dejarse al descubierto. Ya era hora después de todo.

—En lo mucho que quiero besarte. —Soltó sin preámbulos y aunque vio que Minie abría los ojos con sorpresa, no fue capaz de echarse para atrás.

Se inclinó y sin importarle el ruido de la cuidad, sin importarle la vocecita en su cabeza que le gritaba que se arrepentiría, sin querer pensar en lo que vendría después; solo lo besó con la intención de satisfacer la necesidad más básica de su corazón. Si esa noche no saciaba la duda del sabor de sus labios, caería en la locura, daba fe de ello.

En algún lugar del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora