CAPÍTULO OCHO

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—Sigues pensando en su carta.

Jimin dijo abriendo los brazos para que el guardia de prisión pudiese revisar su abrigo. Lo hicieron cruzar un detector de metales y luego le entregaron sus pertenencias.

—Creo que JungHyung hace esto solo porque no tiene a quien recurrir. —Jungkook se colocó a su lado. Recuperó su teléfono y su reloj, antes de entrar por un estrecho corredor.

—Si realmente está rehabilitado, cabe la posibilidad de que vea los errores tal cual como han sido.

Jungkook esperaba que Jimin tuviera razón.

La prisión estatal era fría. Y no del frío del invierno. Era un lugar tan triste con sus corredores haciendo eco de sus pisadas. Les llevaron hasta una sala pequeña, era blanca y solo tenía una mesa redonda en el centro con sillas de respaldo recto.

—Esperen aquí —El guardia indicó dejándolos solos.

El ceño de Jungkook se frunció.

—¿No deberíamos de estar en una de esas salas donde hay muchas ventanillas y hablas por un intercomunicador a través de un vidrio? —Él había visto su cuota de series de crímenes, las cárceles tenían que parecerse un poco a lo que veía en televisión, ¿no?

Los minutos pasaron y nada ocurrió, enfocándose en algo con lo que distraerse, se concentró en Jimin quien estaba pálido y pasaba sus manos por sus brazos.

—Te estás congelando —Jungkook fue hasta él para jalarlo cerca. Jimin se pegó a su pecho, embutiendo sus manos dentro de su abrigo en busca de calor. Sus labios fríos se posaron en su cuello temblando ligero.

Ellos estaban cómodamente abrazados cuando la puerta volvió a ser abierta. El guardia de entrada apareció en compañía de otro y entre medio de ambos, estaba JungHyung.

El aliento de Jungkook se atoró en su garganta y no hizo más que volverse de piedra.

Habían pasado diez años desde la última vez que había estado frente a frente con su hermano. Una eternidad. Un mundo diferente desde entonces.

—Tienen una hora —Uno de los guardias dijo. Ambos se apostaron a los costados de la puerta en completo silencio.

El rostro de Jeon JungHyung mostraba arrugas alrededor de la boca y bolsas de cansancio bajo los ojos. Su pelo revuelto tenía canas en las patillas y algunas esparcidas sobre la cabeza. Estaba dentro de un uniforme gris entero, similar a los trajes que usan los mecánicos en el trabajo. Lucía mucho mayor que sus cuarenta años. Él carraspeó llegando hasta la pareja.

—Hola.

Jungkook le miró estoico. Solo apretando la mano de Jimin al punto de dificultarle la circulación.

—Jimin. —JungHyung cambió sus atenciones al menor de ellos.

—Lo recuerdas. —Minie dijo un tanto inseguro.

JungHyung asintió.

—Hay ciertas cosas que no se olvidan por más que lo quieras —Él tocó su sien con un dedo, dándole a entender los recuerdos que no podía dejar ir. JungHyung miró de nuevo a su hermano inseguro sobre cómo proceder. Jungkook estaba cambiado a sus ojos, no había emoción identificable en su rostro. Él extendió su mano para un saludo.

Jimin iba a estrechársela, pero Jungkook lo detuvo.

—Espera... no, no lo toques.

—Juro que mis intenciones son buenas.

JungHyung era un hombre distinto en esos días.

Al igual que Jungkook. Por eso dijo la verdad absoluta de sí mismo.

En algún lugar del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora